“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:7-9)
“A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28)
“De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” (1 Pedro 4:19)
Las situaciones angustiantes muchas veces son el medio que le facilita al hombre volverse a Dios para que reciba la vida eterna. Y en el creyente, uno de los medios que Dios permite y utiliza para nuestra purificación.
El Señor purifica a los suyos quitando todo aquello que sea ajeno a él en lo cual podamos apoyar nuestra fe. Para que “la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 4:7) Y no tengamos confianza en la carne.
Dios, también, como labrador, poda en nosotros todo aquello que nos impide dar frutos, y al cortar duele; pero es provechoso. (Juan 15:1,2)
El apóstol Pablo pasó por la experiencia del sufrimiento y rogó tres veces por eso, pero se le dijo: Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en tu debilidad.
Eso, en apariencia malo, Dios lo utilizó preventivamente, para que Pablo no llegara a enaltecerse por las revelaciones recibidas. Además, al bastarle solamente la gracia de Dios, sería un mejor servidor.
Las cosas que nos angustian no son enviadas por Dios para nuestro mal. Dios las permite y las utiliza para bendecirnos, aunque quizás de momento ni imaginemos cómo. Por eso, cuando suframos, no desmayemos, sino postrémonos delante del Señor buscando su rostro, su gracia, su ayuda, y constataremos que nunca es tan dulce esa comunión con él, como en los días de la prueba.
Pensamientos para reflexionar