“Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros… no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Hebreos 9:11,12)
La redención ocupa un lugar especial en las Escrituras, porque Cristo es nuestro redentor, y las escrituras dan testimonio de él.
El libro del Éxodo, por ejemplo, encontramos la poderosa mano de Dios rescatando a un pueblo de la mano fuerte del opresor, para que le sirva y le adore.
El libro de Rut nos también habla también elocuentemente de la gracia y la redención, bajo figuras muy claras.
Redimir: Significa comprar, rescatar o liberar algo que estaba en esclavitud, hipotecado o embargado.
Para redimir se necesitaban tres cosas:
Estar habilitado teniendo el derecho de hacerlo
Contar con los medios
Y estar dispuesto.
¡Cristo Jesús, nuestro redentor, cumplió todos los requisitos!
Él vino hasta nosotros revistiéndose de humanidad y bajo la ley, “para poder redimir a todos los que estaban bajo la ley a fin de que recibiesen la adopción de hijos” (Gálatas 4:4,5)
Tuvo los medios y el poder de hacerlo, por eso Dios cargó en él el pecado de todos nosotros, y “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21)
Y estuvo dispuesto, pues quien dijo: “Me regocijo en la parte habitable de su tierra; Y mis delicias son con los hijos de los hombres” (Proverbios 8:31) dijo también: “Los redimiré” (Oseas 13:14) “Envíame a mí” (Isaías 6:8) ¡Gloria a su Nombre!
Pensamientos para reflexionar