“Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2 Corintios 2:17)
“Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1 Tesalonicenses 2:13)
Los tesalonicenses fueron un ejemplo cuando recibieron el evangelio.
Conocieron la verdad de Dios por medio de varones poderosos en las Escrituras.
Sin embargo, a pesar de las cualidades de Pablo y los demás hermanos, no tomaron esa palabra como de Pablo, sino como era verdaderamente, Palabra de Dios. Así debemos tomar la Palabra nosotros y así se debe tomar el mensaje del evangelio. No como algo procedente del hombre que lo dice por tal o cual motivo, sino como la Palabra de Dios que se dirige a nuestro corazón.
Alguien objetará: ¿Y si se tienen dudas? ¿Cómo saber si el mensaje es genuino? Si hubiese dudas, hay que hacer como hicieron los de Berea, “que recibieron la Palabra con toda solicitud escudriñando cada día las Escrituras para ver si esas cosas eran así” (Hechos 17:10,11)
Evidentemente. Nosotros no somos Pablo, pero igualmente, cuando se presenta la Palabra de Dios, quien la escucha, no debe dudar, ni tratar de disipar sus dudas buscando la opinión de los hombres ni escarbando en otras doctrinas. Sino ahondar en las Escrituras a ver si lo que se dice realmente es así, confiando únicamente en la veracidad de la Palabra inerrante de Dios.
Quien recibe la Palabra con un Amén, porque Dios así lo enseña, hará progresos espirituales notables. Quienes obran de otra manera, serán llevados de aquí para allá por todo tipo de doctrinas.
Pensamientos para reflexionar