“Proclama allí esta palabra, y di: Oíd palabra de Jehová, todo Judá, los que entráis por estas puertas para adorar a Jehová. Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Mejorad vuestros caminos y vuestras obras, y os haré morar en este lugar. No fieis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este” (Jeremías 7:2-4)
Cuando no hay reconocimiento de pecado, no hay arrepentimiento. Y donde no hay arrepentimiento difícilmente las cosas cambien. En Éfeso se necesitaba volver al primer amor, a aquella fuerza verdadera de los primeros tiempos, tal como lo necesitamos nosotros. Si no, cuando las fuerzas espirituales menguan y el amor declina, se imponen leyes, y las cosas siguen en apariencia, pero carentes de amor que es el motor verdadero.
Los creyentes somos congregados por el Espíritu Santo hacia nuestro Señor Jesucristo, no hacia una doctrina. Pero, si el primer amor es dejado de lado, lo perdemos de vista, y corremos el riesgo de establecer algunos puntos a mantener a rajatabla, como si eso fuera mantener la sana doctrina que nos fue dada desde el principio. Cuando estas cosas suceden, y el Señor las hace notar, sino hay arrepentimiento, finalmente, se ve forzado a obrar en juicio y quitar el candelero de su lugar. Esto es equivalente a desconocer ese lugar de reunión como un testimonio verdadero suyo, a pesar de que en ese lugar siga existiendo un testimonio cristiano.
Muchos, como en antaño podrán decir: “Templo de Jehová, templo de Jehová es este” (Jeremías 7:14) Sin embargo, ya no estará el candelero. Lo cual nos hace ver que no en todo lugar está el candelero iluminando el lugar como testimonio de lo que es la Iglesia del Señor que tiene su aprobación.
Pensamientos para reflexionar