“Finalmente, si una persona pecare, o hiciere alguna de todas aquellas cosas que por mandamiento de Jehová no se han de hacer, aun sin hacerlo a sabiendas, es culpable, y llevará su pecado” (Levítico 5:17)
Yo dije: Jehová, ten misericordia de mí; Sana mi alma, porque contra ti he pecado (Salmo 41:4)
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8)
Los hombres hacemos distinciones entre pecado y pecado, porque vemos al pecado con ojos humanos, y apreciamos más las consecuencias que produce el pecado, que el mal que hay en el pecado en sí.
Dios considera el pecado de una manera distinta de lo que lo considera la justicia civil. La Biblia enseña que quien peca, lo hace primeramente ante Dios, y ese acto de desobediencia amerita castigo. Quien peca contra su prójimo, peca primeramente ante Dios.
Esto es lo que comprendió el hijo pródigo cuando reconoció su pecado y dijo: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (Lucas 15:18) Lo que comprendió José, cuando incitado a pecar con la mujer de Potifar dijo: ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? (Génesis 39:9) Lo que comprendió David… (Salmo 51:4)
El pecado se mide así, como una desobediencia a las leyes del cielo. Algo que se comete primeramente contra Dios que prohibió tales cosas y ante la grandeza y la inmensidad de la santidad de Dios, delante de quien, todo pecado es igualmente abominable y suficiente para que quien haya pecado, vaya a la condenación eterna.
Por este motivo, Cristo tuvo que padecer en la cruz de una manera sustitutoria. “Para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16)
Pensamientos para reflexionar