“Los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración” (Marcos 4:16)
“Teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:3,4)
Hay quienes preguntan, ¿por qué algunos reciben a Cristo y cambian rotundamente, y otros no experimentan ninguna transformación a pesar que ellos dicen creer? ¿Cómo estar seguro de haber creído verdaderamente?
Estas inquietudes son muy comunes y las preguntas muy interesantes.
Primeramente, debemos tener presente que únicamente es la semilla de la Palabra de Dios, anunciada en el mensaje del evangelio, la que da vida verdadera y produce el nuevo nacimiento. (1 Pedro 1:23)
Esta palabra hay que recibirla y creerla. Hay muchas otras semillas que se plantan en los corazones que entusiasman a las personas, y dan brotes y se desarrollan, pero ese fruto no es la vida eterna, sino la religiosidad que se adquiere al estar en ciertos ámbitos religiosos. Esas semillas pueden hacer que las personas cambien algunas cosas, asistan a las reuniones, adopten una nueva forma de hablar, pero no producen la vida eterna. La verdadera simiente es la que produce vida. Vida, a la cual no se llega por una fe intelectual, sino por una fe genuina, interna, de corazón, que es el resultado del trabajo espiritual de Dios en las almas.
Muchos aceptan lo que se les dice en las “iglesias” y están de acuerdo de momento con todo, pero no pasan más allá de una “fe” intelectual, o un entusiasmo pasajero, porque no lo viven en su interior, con convicción de pecado y arrepentimiento.
Continúa en la parte 2
Pensamientos para reflexionar