
“Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra” (Hechos 6:2-4)
Cuando se presentaron las primeras dificultades internas en la congregación, vieron conveniente buscar entre los hermanos personas fieles a quienes encargar la tarea de servir a las mesas, y de esa manera, los doce apóstoles de Jesucristo, estarían libres para su servicio, persistiendo en la oración y el ministerio de la Palabra. ¡Qué perfecta en la Palabra! ¡Cuántas enseñanzas tiene en todos sus relatos!
Por este pasaje vemos como desde el principio la oración y la Palabra siempre fueron juntas. Los siervos del Señor supieron discernir que, para hablarle a las personas, era necesario que primeramente hablaran con Dios.
Para que la Palabra sea presentada con poder espiritual, se necesita de la previa comunión con Dios en esa comunicación sin reparos que se lleva a cabo por la oración.
Muchos estudian las técnicas de la predicación para hacerla más efectiva (homilética) Esto hace predicadores con un discurso bien formulado, pero, si en esto no está el poder del Espíritu, es como un metal que resuena o un címbalo que retiñe.
Otros se llenan de conocimientos intelectuales, pero lo mismo, el ministerio de la Palabra requiere más. Requiere por sobre todas las cosas la sensibilidad a la dirección del Espíritu y comunión con el Señor de parte de quien se va a estar hablando, por eso los apóstoles supieron que era necesario hablar primero con Dios para luego hablarle a los hombres.
Pensamientos para reflexionar