“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2)
El mensaje del evangelio, nunca fue un mensaje adecuado a lo que las personas querían oír, sino, a la verdad de Dios. Pablo decía: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura” (1 Corintios 1:23)
Para los judíos un Cristo crucificado, era realmente un tropezadero. Ellos esperaban a un Cristo de gloria. Un gran caudillo militar que los liberara de la opresión romana y que colocará a Israel como cabeza de las naciones.
El mensaje de un Cristo manso y humilde, “crucificado en debilidad” (2 Corintios 13:4) Era un mensaje que no querían oír.
Las Escrituras “anunciaban de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1 Pedro 1:11) pero, eso solo se podía comprender por fe. Los que esperaban en Dios, solo por conveniencia, se encontraron perplejos.
La carne siempre encuentra tropiezos en el Señor. “Piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes” (1 Pedro 2:8)
Hoy es igual. Quien espera en la carne, solamente la solución a sus problemas terrenos, el mensaje de un Cristo crucificado lo hace tropezar, porque la cruz habla del juicio por el pecado y la gente no quiere oír hablar de juicio, ni de pecado, sino, solamente, de un Cristo de bendiciones.
Sin embargo, el evangelio es el mensaje de un Cristo crucificado.
Pensamientos para reflexionar