Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. (Santiago 1:21,22)
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias” (2 Timoteo 4:3)
Vivimos en un tiempo, donde no se soporta la sana doctrina, y la gente busca, escuchar a maestros que les enseñen lo que ellos quieren oír.
Esto sucede en las personas sin Dios, pero, también, lamentablemente, se ve este espíritu en el círculo de profesión cristiana, pues, algunos creyentes, sólo están contentos en la reunión, si se predica acerca del amor de Dios y de su gracia, pero, ya no se sienten a gusto, cuando se sigue adelante con la verdad y se les hace ver que ahora que son de Cristo, deben vivir para la gloria de Dios, siendo fieles testigos de su amor y de su verdad apartándose del mal. Es como que no desean escuchar ninguna predicación que hable acerca de los deberes cristianos.
El corazón de aquellos que dicen: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (Juan 6:60) no está bien. El corazón de aquellos que no comprenden que “Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados son las de los maestros de las congregaciones, dadas por un Pastor” (Eclesiastés 12:11) Es un corazón que no comprende las cosas.
Por eso, no debemos prestar atención a los que critican las predicaciones de la Palabra, si estas son escriturales, diciendo que son palabras muy punzantes, etc. Sino recibir la Palabra como de parte de Dios, tal como lo hicieron los tesalonicenses (1 Tesalonicenses 2:13)
Pensamientos para reflexionar