“Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará el Señor toda lágrima de todos los rostros… Y se dirá en aquel día: He aquí, éste es nuestro Dios… a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación” (Isaías 25:8)
Al no ser la muerte el fin de la existencia, sino una separación, Dios declara en su Palabra que la condición del hombre es la de “muerto en sus delitos y pecados” (Efesios 2:5)
El hombre, a pesar de tener eternidad en su ser (Eclesiastés 3:11) en cuanto a Dios, está muerto y esclavizado en sus pecados, necesitado de Cristo, quien vino para darle vida. (Juan 10:10)
El pecado produjo esclavitud, destitución, culpa, muerte… Por eso, “Cristo Jesús, vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Timoteo 1:15) “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero…” (1 Pedro 2:24)
“Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; y el castigo de nuestra paz fue sobre él” (Isaías 53:5)
Como el pecado cortó nuestra comunión con Dios produciendo la MUERTE ESPIRITUAL y “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23) Cristo padeció como nuestro sustituto el juicio por nuestros pecados y satisfaciendo a Dios, restableció esa comunión dándonos vida nuevamente. Además, entró en la muerte física, para vencerla. (Oseas 13:14) y resucitó victorioso, teniendo ahora dominio sobre la muerte (Apocalipsis 1:18)
Quien recibe a Cristo como Salvador, tiene vida eterna y si tuviera que pasar por la muerte física, sabe que resucitará incorruptible para la gloria de Dios, pues la muerte vencida no lo puede retener en sus prisiones (1 Corintios 15:55)
Pensamientos para reflexionar