“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18)
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29)
Todo aquello que atrae nuestras miradas y llena nuestro corazón, nos atrapa de tal manera que nos modela a su imagen.
Pensemos en alguien que le guste la música y sienta admiración por algún interprete a quien considere su ídolo. De esa persona procurará conocerlo todo y finalmente, lo imitará en todo: su vestimenta, manera de hablar, pensar y hasta en sus modales.
El príncipe de este mundo, Satanás, quien sabe esto muy bien, fomenta eso, para que quien no conozca a Jesucristo, se encuentre tan imbuido en las cosas del mundo que le sea luego verdadero impedimento que impida su conversión. Como también, para confundir a los creyentes. Para que tropiecen y no puedan ser testigos fieles de su Señor.
Dios, por su lado, ha deseado primeramente que cada uno de los creyentes, también sea modelado, pero conformes (con la forma) de su Hijo Jesucristo.
¿Cómo se logra esa transformación? Dios nos enseña que vamos siendo modelados, cuando leyendo las Escrituras buscamos en ella, cada detalle que nos hable de Cristo, fijando nuestros ojos en sus grandezas y perfecciones. De esa manera, somos transformados por el Espíritu Santo de gloria en gloria a su imagen.
Cada gloria del Señor es algo en lo cual él resplandece, si miramos atentamente esos detalles, y seguimos sus pisadas, pronto, sin darnos cuenta, hablaremos como él, y actuaremos como él, reflejando su imagen.
Pensamientos para reflexionar