“Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma… Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz” (Deuteronomio 10: 12 y 16)
El libro de Deuteronomio (Cap 10:12) dice claramente lo que Dios le pedía a Israel y lo cual, como nos muestra la historia, no quisieron hacer. Ellos, al igual que la iglesia bajo la responsabilidad humana, fallaron.
Lo que pide Dios es grande, pero sencillo para todos aquellos que han gustado su gracia. Dios quiere que los suyos le teman reverentemente, con ese cuidado de no hacer nada que sepamos que a él no le guste. Que lo amen, sirvan y adoren con todo el corazón y el alma. Es decir, con todo el ser completo: Emociones, intelecto, voluntad… sin que nada quede ajeno a Dios.
Para llevar adelante esto, es necesario circuncidar el prepucio del corazón. Esto nos indica que la verdadera circuncisión es, como está escrito, la del corazón (Romanos 2:29) Esa señal de la alianza del pueblo con su Dios, ese sello, debe ser una realidad espiritual, no algo que se hace en la carne y no trasciende de allí. Por eso la instrucción tan directa. Si la circuncisión era cortar la carne en el sentido físico, lo que se debía cortar era con la carne en el sentido espiritual. Y para eso, es necesario, no endurecer la cerviz, sino bajar el cuello, humillarse, reconocerse ante Dios, buscar su perdón y dejarse colocar el yugo de la obediencia, como lo hizo Cristo y como nos invitó a llevarlo. (Mateo 11:28,29)
Pensamientos para reflexionar