“Cuando se cumplieron sus días para dar a luz, he aquí había gemelos en su vientre… Y crecieron los niños, y Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob era varón quieto, que habitaba en tiendas. Y amó Isaac a Esaú, porque comía de su caza; mas Rebeca amaba a Jacob” (Génesis 25:24 y 28)
La Biblia nos habla del amor de Isaac y Rebeca hacia Jacob y Esaú. Seguramente, amarían a sus hijos por igual, pero en el pasaje se destaca una forma de amor preferencial peligroso, que, sin duda resultó mal en esa familia.
Jacob era un varón quieto que habitaba en tiendas y quizás, al estar más en su casa hizo que su madre tuviera con él una condescendencia especial. Esaú, por su parte era un hombre de campo, diestro en la caza que compartía con su padre sus mismos gustos y logros. Esto hizo que Isaac amara a Esaú, porque comía de su caza. Esaú era el hijo que le daba lo que a su padre le apetecía.
¡Qué cuidado tenemos que tener en situaciones así!
En toda familia, siempre habrá algún hijo que sepa alimentar en nosotros aquello que tanto nos gusta. Y si esto es algo natural o carnal, tenemos que tener mucho más cuidado aún.
Hay quienes siempre desearon algo, pero por sus posibilidades, crianza, fe u otros motivos no lo lograron. Y ahora ven a alguno de sus hijos incursionar en esos caminos y gozándose en eso, se alimentan con todo aquello que son sus deseos carnales y terminan dándole un trato preferencial.
Como padres cristianos, debemos aprender a amar a nuestros hijos sin preferencias. Aunque, lógicamente, sintamos complacencia con quienes son obedientes, aman a Dios y guardan su Palabra.
Pensamientos para reflexionar