
“Harás asimismo el pectoral del juicio de obra primorosa… y lo llenarás de pedrería en cuatro hileras de piedras; una hilera de una piedra sárdica, un topacio y un carbunclo; la segunda hilera, una esmeralda, un zafiro y un diamante; la tercera hilera, un jacinto, una ágata y una amatista; la cuarta hilera, un berilo, un ónice y un jaspe. Todas estarán montadas en engastes de oro. Y las piedras serán según los nombres de los hijos de Israel, doce según sus nombres” (Éxodo 28:15:21)
En las vestiduras del Sumo Sacerdote Aarón encontramos el pectoral, en la cual se colocaban aquellas piedras preciosas que representaban al pueblo de Dios. De esa manera, el Sumo Sacerdote al presentarse delante de Dios, llevaba en su corazón los nombres de los hijos de Israel. Doce piedras, representando la unidad de Israel, y cada piedra con su nombre brillando para la gloria de Dios.
Esto nos habla de una manera notable. El sumo Sacerdote era quien se presentaba ante Dios e intercedía. Nosotros, tenemos un Sumo Sacerdote que traspasó los cielos para presentarse por nosotros delante de Dios: Jesús el Hijo de Dios (Hebreos 4:14) Él también nos lleva en su corazón, y para él cada uno de nosotros, es una piedra preciosa con su propio matiz y brillo particular.
Dios nos ha juntado en uno, en una unidad perfecta. Pero no somos todos iguales, a cada uno nos dio un destello particular único, un brillo especial, y características especiales conforme al don de gracia que haya recibido. Por eso, no debemos tratar de imitar el brillo del otro, ni querer hacer todos los mismos servicios. Cada uno tiene lo suyo, y así es hermoso ante Dios.
La iglesia tiene una armonía perfecta. Los creyentes no debemos competir ni entrar en comparaciones, sino alentarnos para que cada uno brille en el lugar que el Señor lo puso, guardándonos en unidad.
Pensamientos para reflexionar