“¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Salmo 73:25)
“Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte” (Salmo 16:5)
“Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré” (Lamentaciones 3:24)
Cuentan que el filósofo Diógenes, vivía despojado de toda riqueza material como vagabundo en las calles de Atenas. Y que un día, vio a un niño beber de una fuente, llevándose el agua a la boca con la mano. Ese día se despojó de un cuenco que tenía para beber, reconociendo cuantas cosas superfluas llevamos con nosotros que no necesitamos.
Este hecho nos enseña varias cosas. Si bien como cristianos, sabemos que la virtud en sí no está en la pobreza, podemos recordar en esto una realidad, y es que en Cristo estamos completos (Colosenses 2:10)
Todo lo que necesitamos está en él, pero fácilmente cosas de la tierra toman un lugar de tanta importancia en nosotros que es como que no podríamos prescindir de ellas.
En un tiempo, muchas cosas que hoy son comunes entre las personas, eran consideradas lujos, cosas que poca gente logra tener. Luego, con el tiempo, esas cosas pasaron a ser simplemente elementos de confort y ahora pasaron a ser consideradas como de primera necesidad. Pero todas esas cosas cuestan, cuestan dinero que cuesta vida, porque cuestan tiempo. Un tiempo que se va y no vuelve. Un tiempo que el creyente le debe a Cristo.
Debemos saber velar ante los deseos que tengamos. Recordando siempre que nuestra vida debe estar consagrada a Cristo.
En Cristo lo tenemos todo, en las demás cosas, tras las cuales corremos, no.
Pensamientos para reflexionar