“Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros”
He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (Isaías 7:14)
La salvación del hombre ha sido algo deliberado.
Dios pensó en la forma y esa forma fue a través de la redención.
Dios pensó por medio de quien redimir al hombre: El Hijo, quien descendería del cielo con una misión redentora.
Y Dios pensó cuando llevaría a cabo tal obra: “Cuando llegara el cumplimiento del tiempo, Dios enviaría a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Gálatas 4:4)
Todo fue pensado y perfecto. La salvación no es como muchos imaginan, un accionar de Dios saliendo a remediar el daño que causó el pecado, como si el diablo le hubiera arruinado sus propósitos y allí tuvo que salir a inventar algo para recuperarlo. Dios pensó en tener al hombre consigo desde antes de la fundación del mundo. (1 Pedro 1:19) “Dios tenía un propósito y una gracia desde antes de los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:9) que manifestaría a su tiempo.
“Y cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo” ¡Bendito sea nuestro Dios!
Su Hijo vino a este mundo, para morir por los pecadores. Se revistió de humanidad, para que estando en la condición de hombre pudiera dar su vida por nosotros los hombres que habíamos pecado. Y habiendo satisfecho la justicia de Dios en juicio, resucitó de entre los muertos y se sentó a la diestra de la majestad en las alturas.
Pensamientos para reflexionar