En el capítulo 13 del Evangelio según Mateo, tenemos una enseñanza maravillosa, tocante al reino de los cielos.
Allí, el Señor declara que, debido al rechazo de su pueblo, el reino no iba a instaurarse sobre la tierra en ese momento, tal como los discípulos lo esperaban. Al rechazarle, rechazaban al Rey y, al rechazar al Rey estaban rechazando el reino.
Teniendo en cuenta esto, el Señor muestra lo que ocurriría, entre el período que transcurre desde su rechazo, hasta que, cumpliéndose las promesas de Dios, el reino se estableciera en gloria. La forma que adopta el reino de los cielos en el presente, se ve claramente explicitada en las parábolas de dicho capítulo.
El reino de los cielos, es la esfera en la cual se reconoce el reino de Dios. Y, aunque el reino no se estableció en la tierra con toda su gloria, tal como ocurrirá en un futuro cercano, cuando todo se rinda a los pies de Cristo y por mil años, la tierra goce del bien, la justicia y la paz; el Rey que ascendió a los cielos, tiene aquí sobre esta tierra, una esfera donde se le reconoce y profesa; donde se le confiesa y proclama. Ahora el Reino, no se trata de un privilegio por nacimiento, como lo tuvo Israel, por pertenecer sanguíneamente al pueblo de Dios; sino que, está basado en verdaderos vínculos espirituales.
Este reino, tiene dos aspectos. Uno, exterior (La profesión externa) que es muy abarcativa pues, al tratarse de la profesión, incluye tanto, a los verdaderos creyentes como también a los nominales: (Parábolas del trigo y la cizaña, la de la semilla de mostaza y la parábola de la levadura)
Y el otro, interior. La parte interna, genuina, (la realidad interior) que es la verdadera, la que presentan las tres últimas parábolas: La del Tesoro escondido, La de la perla de gran precio y la de la red.
Hoy meditaremos particularmente en la parábola de la perla de gran precio.
La parábola anterior, la del Tesoro escondido, nos habla bien de los afectos de Cristo por su pueblo Israel, a quienes les dijo:» Vosotros series mi especial Tesoro» (Éxodo 19.5 Malaquías 3:17) y donde también, se manifiesta, cómo somos apreciados los suyos. Un tesoro especial que se encontraba en un campo, figura del mundo, y por el cual, se despojó a sí mismo para conseguirlo.
¡Bendito sea nuestro Salvador que de tal manera nos mostró su amor!
Ahora llegamos a la perla, y allí vemos algo particular. Una enseñanza que nos toca las fibras más profundas de nuestros sentimientos, porque aquí, el Señor, nos habla del valor de su Iglesia, de la cual formamos parte todos aquellos que lo hemos recibido como nuestro Salvador.
La perla se encuentra en el mar. El mar es figura de las naciones, del mundo. (Véase Isaías 57.20, Apocalipsis 13.1) y, ¿dónde encontró el Señor aquella la perla de gran precio, figura de la Iglesia que ama tanto su corazón? La rescató de todo linaje y lengua y pueblo y nación. La sacó de las naciones.
¿Dónde se encontraba la perla? Sumergida en las profundidades. Aquí encontramos nuevamente la analogía, pues, nosotros también, nos encontrábamos en una posición similar. Sumergidos en el abismo del mal por causa del pecado.
El Señor, en esta parábola, no dice que compró el mar porque allí había una perla, sino que, buscando, encontró una perla de mucho precio y se despojó a sí mismo por ella. Vendió todo lo que tenía y la adquirió para sí. El mundo, como tal, seguirá su curso, pues está apartado para los juicios de Dios. Sin embargo, de ese mundo perdido, él, tomó a su compañera.
La perla, curiosamente, tiene un proceso de formación que también nos habla espiritualmente de una manera clara a nuestra comprensión. Esa Gema de tanto valor, no nace perla, sino que se forma en el interior de un molusco, lo cual revela que se forma a través de un ser vivo.
Se dice que cuando un agente externo, un grano de arena o algo similar, se introduce en el molusco, produce una irritación. Un malestar que hace que el molusco segregue una sustancia llamada nácar que lo va recubriendo. De esta manera se va recubriendo capa tras capa, formando una bella y valiosa perla.
Esa gema preciosa, es una unidad perfecta. Y esto nos hace alabar a Dios que con esta enseñanza nos enseña sobre su Iglesia. La perla, no es como el diamante que puede ser partido por la mitad y conservar su valor o incluso aumentarlo. La perla es una perfecta unidad.
Esta unidad indivisible nos habla primeramente de la unión con quien nos ama. Lo que está verdaderamente unido en el amor de Dios, es indivisible. Y los suyos que componemos esa perla de gran valor somos un cuerpo ¿Comprendemos con esta enseñanza, cuanto le hacemos doler el corazón al Señor, cuando nos ve divididos, formando cada uno su propia denominación, por no haber sido fieles a su palabra?
Así como aquella perla fue formada con sufrimiento, podemos pensar también en el dolor que sufrió nuestro Salvador para conseguirnos.
La perla, se forma y esto es un proceso que lleva tiempo. Luego llega el momento en que está formada en su perfección y allí el mercader la toma consigo. Así también, llegará el momento, en que la Iglesia estará lista para que el Señor la retire y se la lleve consigo.
Ahora también, vemos que en la actualidad, hay perlas que se cultivan. Allí, el proceso es algo distinto, ya que no es el trabajo normal que aprendimos de Dios el que se lleva a cabo, sino la mano del hombre que hace su trabajo. Quirúrgicamente, se abre aquel molusco, y se le introduce el elemento adecuado para irritarlo y hacer que segregue nácar. Este elemento por lo general es de un tamaño mayor que lo normal, para hacer que en poco tiempo y con pocas capas se llegue a tener una perla radiante con proporciones que, de una manera natural tardaría años en formarse. Dicen que estas perlas son a veces hasta más brillantes que las perlas naturales, pero, para los entendidos, de mucho menos valor. Deslumbran más, parecen perfectas, pero, no tienen igual consistencia.
Esto, también nos recuerda, a la Iglesia vista desde el lado de la responsabilidad del hombre. El hombre mete su mano en el trabajo de Dios. Logra en poco tiempo algo que puede parecer deslumbrante a los ojos de los demás. Pero Dios que sabe apreciar y ama la verdad en lo íntimo, ve en ello algo de poco valor. Algo sin consistencia. Esta perla se formó muy rápido, y se podría decir que se revistió de Cristo, pero nunca fue penetrada por él. Por eso, en tiempo, lamentablemente, vemos a una cristiandad con muy poco de Cristo dentro y con mucho trabajo humano. Ella deslumbra y se engrandece, y a los ojos de los simples podría parecer algo espectacular, pero, ¡cuidado!, no tiene consistencia. Mucho de lo que hay en ella, no es genuino.
La consideración de estas cosas nos hace recordar aquella expresión que dice: » la naturaleza misma ¿no os enseña?» 1 Corintios 11:14 y ¡qué verdad tan grande! Bendito sea nuestro Dios que nos habla tan sencillamente acerca de cosas tan maravillosas.
Otra de las características de la perla, es que es redonda. No tiene caras contrapuestas, ni presenta distintos lados… Ésa es una característica que debe manifestar la Iglesia sujeta a la palabra de Dios.
Por eso, los suyos, a pesar de los distintos tiempos y culturas. Las distintas experiencias de vida y de edades; razas y clases sociales; debemos ser conducidos por un mismo Espíritu y una misma verdad.
La palabra perla, dicen que procede del sánscrito, y quiere decir: PURA. Esto es uno de sus significados que deriva, de una de las virtudes que se le atribuyen. No podríamos hablar mucho de la etimología de las palabras, pero, sí decir que esta expresión se acerca a lo que el Señor ve en su Iglesia, Él se presentará muy pronto a su amada Iglesia, como una perla de gran precio, por la cual lo ha dado su vida, como una virgen pura, para tenerla consigo por la eternidad.
A menudo, se oyen enseñanzas sobre las perlas, haciéndonos ver cómo, a través del dolor y la irritación que nos toque experimentar en nuestro camino, Dios, desea producir algo precioso para su gloria. Y sin duda es así. Dios no permite que nada nos lastime ni que nos dañe sobremanera sin un porque. Podemos estar seguros de que en los momentos en que nos sentimos tan quebrantados, Dios está formando en nosotros, algo hermoso en nuestro interior, que de momento, es como aquello extraño que irrita y lastima, pero que con el tiempo comprenderemos era necesario para obtener un resultado de inmenso valor que resplandecerá eternamente para Su gloria.
Así fue en la vida del Hijo de Dios. Quien conoció el quebranto más espantoso. Él, experimentó el dolor, como ningún otro ha podido experimentarlo. Él, que fue santo y sin mancha, “que no conoció pecado”, sufrió por nuestros pecados “para llevarnos a Dios.” (2 Corintios 5:21, 1 Pedro 3:18))
Debido a eso, hoy podemos cantar:
«Cuan preciosa es tu iglesia para ti Jesús Señor, Un tesoro incomparable, el objeto de tu amor; Deseando poseerla, Tu vendiste todo sí; y la perla de gran precio la compraste para Ti.»
Himno 80 del Himnario Himnos y Cánticos
LECTURA DE LA SEMANA