“Tus testimonios son muy firmes; La santidad conviene a tu casa, Oh Señor, por los siglos y para siempre” (Salmo 93:5)
En todo lugar donde haya gente, debe haber orden y disciplina con principios de gobierno que los mantengan.
La iglesia del Señor, no escapa a este principio, sino que lo requiere aún más por tratarse que Dios habita en medio de ella, y ella es “columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15)
A pesar de esto, la forma de obrar de Dios es muy distinta a la de los hombres en cuanto a la disciplina. Las organizaciones humanas disciplinan, sacando de en medio al culpable, para desembarazarse del mal, encontrando muchas veces satisfacción en la aplicación del castigo.
El Señor, en cambio, si priva de la comunión de las cosas santas a quien pecó, es preservando Su testimonio, y cuando obra severamente en cuanto al pecado, no lo hace como castigo, sino como un medio para hacer volver en sí a quien haya pecado y conducirlo al arrepentimiento.
Cualquier empresa condenaría y aplicaría la disciplina a quien hizo algo repudiable, sacándolo de en medio para no verlo más. Dios, por el contrario, aplica la disciplina, para que quien se haya desviado, pueda arrepentirse, confesar su pecado y volver a gozar de la comunión.
Dios, no disciplina por castigo y satisfacción en su juicio, pues esto ya lo ha logrado en Cristo, quien murió por nuestros pecados y lo satisfizo perfectamente en su justicia y su santidad.
Pensamientos para reflexionar