LA GRACIA DE DIOS Algunas consideraciones sobre el tema

Hay un cántico que dice: La gracia de mi Dios, el tema encantador…

Y verdaderamente es así. La gracia de Dios es un tema maravilloso que llena nuestros corazones de adoración.

Recordemos que la palabra GRACIA significa: Beneficio, favor, o don no merecido. Y que es el principio sobre el cual Dios bendice a los hombres.

Dios perdona y bendice sobre la base de la obra perfecta hecha por Cristo en la cruz, y ofrece esa salvación sobre ese principio maravilloso: Su gracia.

El hombre tiene la tendencia de querer hacer algo para ganar su salvación y de esa manera no mostrar su nulidad al respecto. Sin embargo, la salvación es enteramente de Dios por lo que ha hecho Cristo, sin necesidad de que el hombre le agregue nada. Si el hombre tuviese que hacer algo por sí mismo para ser salvo, la obra de Cristo para salvación no sería completa; y si el hombre tuviese que hacer algo luego de recibirla, para mantenerla, la salvación no sería perfecta.

No debemos olvidar nunca que Dios trata con nosotros sobre el principio de gracia. Olvidar eso, hace que luego no podamos comprender muchas cosas. Muchos, no entienden como Dios puede perdonar y restaurar a ciertas personas, debido a los pecados que cometieron, y esto, porque sus ojos se posan en el pecado y sus consecuencias y no sobre Cristo y su obra perfecta. El focalizar los pensamientos únicamente sobre el pecado, dificulta la comprensión de la salvación por gracia en Cristo Jesús.

Muchas veces, ante el pecado y sus consecuencias, las personas se indignan y los corazones se cierran y claman justicia, y no se ven satisfechos, hasta  no ver en aquellos que pecaron restituciones concretas. Los que piensan así, no tienen dificultad en aceptar que Dios perdona y restaura, en tanto y en cuanto el perdonado pueda hacer restitución por los pecados que cometió y de esa manera sus faltas sobre la tierra ya no se noten.  Por ejemplo: En casos como en el del endemoniado gadareno, no tienen dificultad en aceptar su restauración, porque si antes,  el endemoniado tomaba piedras y hería, luego del encuentro con el Señor ya no hirió  más a nadie,  y si antes,  habitaba solo y desnudo, luego se mostró vestido y en su cabal juicio. (Véase Marcos 5:5, Lucas 8:35)  En casos como el de Zaqueo tampoco tienen dificultad, porque en aquello que había defraudado estuvo presto a hacer una restitución por cuadruplicado (Lucas 19:8) Donde encuentran dificultad, es en los casos, donde se hace imposible hacer restitución; por ejemplo cuando se ha quitado una vida, o se han roto cosas que ya no se pueden volver a unir. Allí tropiezan, porque quienes pecaron, aunque se muestren arrepentidos, al no poder cambiar totalmente su historia sobre la tierra, son considerados como inmerecedores de los privilegios de la restauración. ¡Cuidado,  esa es una mala apreciación de la gracia de Dios! Debemos saber que así, como el pecado siempre destituye, el perdón de Dios siempre restaura.  

La restauración no se basa en aquello que podamos hacer, sino en la eficacia de la obra de Cristo. Dios restauró la vida del gadareno,  y la de Zaqueo y puede perdonar a un asesino, y restaurar su vida, no por ser merecedores de ello en virtud de la restitución que pudiesen hacer, sino por lo que hizo Cristo en la cruz, pagando por sus pecados.  La reacción de un hombre como Zaqueo y el cambio en el gadareno, fueron la muestra de haber experimentado la gracia de Dios en sus vidas  y no lo que obligó a Dios a obrar así con ellos. Dios siempre obra por gracia, es decir sin que el hombre se lo merezca, y por amor, no por obligación como quien se  ve forzado a hacerlo. Por eso los salvos exclamamos en adoración: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado?” (Romanos 11:33-35)

Dios obra en su gracia, porque obra en amor y porque su justicia está plenamente satisfecha en Cristo. Aquellos que no ven esto en su plenitud, encontrarán siempre dificultad y tropezarán haciendo diferencia entre pecado y pecado.

DISCIPLINA

Pensemos ahora en los aspectos de la gracia con relación a la disciplina. En 1 Corintios 5 se nos dice de un caso notorio de inmoralidad del cual ni se hablaba aún entre los gentiles. Ese caso, primero fue tolerado, luego juzgado delante del Señor por la congregación, hasta que aquel que había cometido tal acción, fue sacado fuera de la comunión de los santos, considerado un perverso. Luego, vemos que en la segunda epístola escrita por el apóstol Pablo, se nos habla de él, como alguien en el cual la disciplina de Dios había llevado sus frutos.  El tal, se había arrepentido y estaba presto para ser restaurado, peligrando ser consumido de demasiada tristeza. (2 Corintios 2:5-8)

Este caso, donde se ve tan claramente la disciplina y sus frutos,  también muchas veces es mal interpretado por aquellos que no comprenden lo que es la gracia de Dios; los cuales, piensan que lo que produce la restauración del pecador, es su dolor, su sufrimiento, su angustia extrema. Queridos hermanos, ¡esa es una mala interpretación! Generalmente, se llega a esos pensamientos equivocados, porque  conscientes o inconscientemente, piensan que la disciplina del Señor es un castigo y que tiene por finalidad dar su merecido a quien lo ha deshonrado. Por tal motivo, y en ese pensamiento, si ven que aquel que pecó, está sufriendo bastante, tienen libertad para restaurarlo, sino, es como que deben dejarlo aún más, para que pague por todo lo que hizo, y si lo cometido, no tiene restitución,  entonces, a  tal persona deben dejarla, porque se les hace imposible la restauración nuevamente a su medio. Quizás, llegan a comprender, y no niegan que el Señor lo perdonó, pero, se encuentran como que nada pueden hacer, debido a que entienden que el gobierno de Dios  lo impide.

Si pensamos bien, nos damos cuenta, que no es justo pensar así, ya que la restauración está ligada al perdón y que siempre lo que destituye e impide la comunión es el pecado no confesado, por lo tanto, cuando la cuestión del pecado está solucionada delante de Dios, la restauración procede naturalmente.

El objetivo de la disciplina de Dios es  conducir al reconocimiento, a la confesión y a apartarse del mal. Debido a esto, Dios comienza el trabajo en los suyos, mucho antes de que estas cosas se manifiesten públicamente. Él nos muestra por medio de su Palabra y la acción de su Espíritu, todo lo que ve inconveniente en nosotros, para que lo juzguemos y corrijamos. En su gracia, en esa tarea de mostrarnos lo que estamos haciendo mal, muchas veces utilizará a los suyos para nuestro bien. Si nosotros, a pesar de su trabajo de amor, de su disciplina correctiva, seguimos adelante y persistimos obrando mal, eso ocasionará males mayores, pudiéndonos llevar a caídas terribles, y cuando eso sucede,  todo lo que no hemos juzgado nosotros mismos, lo juzgará él, y de esa manera, como el juicio comienza por la casa de Dios (1 Pedro 4:17) el Señor mismo, como Hijo sobre su casa, juzgará y mandará a los suyos a que quiten el mal de su medio.

Esto es lo que comúnmente se hace cuando se debe sacar a una persona de la comunión a la Mesa del Señor y de sus privilegios,  y a pesar de la severidad y el dolor que implica, no son actos carentes de amor y de gracia.

Toda disciplina, tiene por objetivo la restauración, y no, como podría interpretarse el castigo en sí. Dios nos disciplina, para  hacernos participar de su santidad, de su comunión; es decir, para evitar en nosotros, todo aquello que nos prive de poder andar en su luz e interrumpa nuestra comunión con él. Pero, como hemos dicho, si a pesar de todo ese trabajo el creyente cae y lo deshonra pecando, de una manera que afecta el testimonio público de lo que es la Iglesia del Señor, la tal persona debe ser quitada de los privilegios de la comunión, “excomulgada”, y esto, para que quedando solo ante Dios, recapacite y se vuelva en arrepentimiento.

Volvemos a decirlo, el objetivo de la disciplina no es el castigo, sino la restauración. ¡Y eso, es gracia! Dios no necesita castigar a los suyos que hayan pecado, hasta que ellos mismos paguen lo que hicieron, porque Dios ya se vio satisfecho en su juicio por el pecado,  cuando Cristo Jesús, nuestro salvador, padeció en la cruz.  La disciplina es necesaria para que el testimonio de Dios se manifieste puro sobre esta tierra, y tiene por objetivo, en aquel que ha pecado, conducirlo al arrepentimiento y a la confesión para ser restaurado. Y tengamos por cierto que: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9)

David, que sabía muy bien lo que era el pecado, escribió: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; Se volvió mi verdor en sequedades de verano. Selah. Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32:1-5) Y tanto en su caso como en el del hombre de 1 Corintios 5, lo que produjo el perdón y la restauración, fue el arrepentimiento y la confesión, no las lágrimas, ni el gemir todo el día,  lo cual, obviamente, tuvieron su valor, porque pusieron de manifiesto el trabajo interno de Dios en sus corazones, pero , tengamos por cierto, que si tan solamente hubiese sido eso, jamás  podrían haber logrado el favor de Dios; porque Dios tan solo perdona en Cristo.

GRACIA Y GOBIERNO

Dios es el “Dios de toda gracia” (1 Pedro 5:10) y obra justamente sobre ese principio divino: Su gracia. Así quiere que obremos también nosotros, por eso el Señor Jesús le dijo a sus discípulos “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8) Por lo general, las personas siempre quieren ser tratadas con gracia, pero al tratar a los demás, aplican en lugar de la gracia, la rigidez de la ley.

Es bien cierto también, y siempre debemos tener presente, que Dios, además de su gracia, y paralelamente a ella nos hace ver su gobierno. Y en su gobierno, se cumple inexorablemente la ley de la siembra y la cosecha, porque “todo lo que el hombre sembrare eso también segará” (Gálatas 6:7)

A causa del gobierno de Dios hay muchas cosas, que quizás, quien fue perdonado, igualmente deba padecer; porque la acción del pecado y sus consecuencias modifican generalmente las cosas. Sin embargo, esto no cambia la grandeza de la gracia, y que quien haya experimentado esa gracia , la goce de una manera mayor, para la misma gloria de Dios.

Aun actuando en su gobierno, Dios no deja de manifestar su bondad y su gracia, y si su justicia se rebela contra toda impiedad, cuando en arrepentimiento, el pecado se confiesa y se abandona, Dios inclina su corazón, perdona y bendice y “la misericordia triunfa sobre el juicio” (Santiago 2:13)

El hombre natural se siente más atraído hacia la ley y las obras, que hacía la gracia y la fe, porque la gracia, al inferir inmerecimiento, pone de manifiesto la inutilidad del hombre y su nulidad para ganar el favor de Dios, en cambio como la ley exige que el hombre haga, el hombre se complace en querer hacer algo, aunque luego constate por medio de esa ley, solamente su inutilidad y  condenación.

Los hijos de Dios, en cambio, nos gozamos en la gracia de Dios, porque somos conscientes de ¡lo que ha hecho Dios!  (Números 23:23) y ante cada ataque del acusador que nos dice: ¿Cómo puedes acercarte a Dios  luego de todo lo que has hecho? ¿Cómo piensas continuar ahora como si nada hubiese pasado? Podemos contestar: Porque Dios en su gracia, sin que yo sea merecedor de nada, perdonó mis pecados, y él es justo en perdonarme, y perdonar a todo aquel que arrepentido le confiesa sus pecados, porque “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21)

Por lo tanto, queridos hermanos, considerando lo que son los dones inmerecidos de Dios, gocémonos en la gracia y siempre conscientes de eso, digamos de nosotros mismos “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Corintios 15:10) “Porque ha hecho maravillosa su misericordia para conmigo” (Salmo 31:21)  


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