
“La concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15)
“Sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Santiago 5:20)
En esta tierra nos encontramos con muchas enfermedades que son terribles. Enfermedades que hacen que las personas sean excluidas de la sociedad debido a los cuidados extremos que implican, al contagio, etc. Sin embargo, mucho más letal que cualquier enfermedad que conozcamos es el pecado.
Las enfermedades infecciosas, virales o bacterianas, pueden hacer que una persona termine completamente aislada y alejada de sus seres queridos, e incluso, llevarlo a deterioros tales que la gente tema acercarse. Pero al morir, finalmente como sucede con todo mortal, los gusanos se comerán todo y el polvo volverá a la tierra de donde fue tomado, sin importar el virus o bacteria que lo haya afectado en vida. En cambio, el pecado, produce muerte y no hay gusano que lo termine. La persona que muere con sus pecados sin perdonar (Juan 8:24) luego de muerto sobre esta tierra sigue ligada a su condición pecaminosa. Ese pecado que lo destituía de la presencia de Dios mientras estaba en la tierra (Romanos 3:23) lo sigue destituyéndo al morir.
Para las enfermedades del cuerpo hay muchos remedios. Para la enfermedad del pecado hay solo uno, que requiere que primeramente aceptemos y reconozcamos el diagnóstico divino sin excusas, mientras se está con vida sobre la tierra. Pues, luego de morir, ya no se puede hacer nada (Eclesiastés 11:3)
El remedio es Jesucristo, quien murió por nuestros pecados (Juan 3:16)
Pensamientos para reflexionar