Al considerar lo que es la Biblia para nosotros, debemos resaltar algo de extrema importancia, y es que la Biblia, es la Palabra inerrante de Dios. ¿Por qué poner énfasis en la palabra “inerrante”? Porque inerrante viene de inerrancia, que significa la cualidad de estar exento de error, o de fallas. La Biblia es perfecta. Porque “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16) y Dios es perfecto.
“Las palabras de Jehová son palabras limpias, como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces.” (Salmos 12:6). “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.” (Salmos 19:7). “Toda palabra de Dios es limpia;” (Proverbios 30:5) Notemos bien que en estos versículos hay definiciones de pureza, que son absolutas, y no dejan ninguna duda. No dice, que casi toda la Palabra es pura, sino que lo es en su totalidad. El Señor Jesús dijo: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17) y el Salmista escribió: “La suma de tu palabra es verdad, Y eterno es todo juicio de tu justicia” (Salmo 119:160) Por lo tanto, en virtud de estas declaraciones, debemos reconocer que toda la Palabra es perfecta y pura, sin fallas ni errores, porque su autor es perfecto. Si la Palabra tuviera errores, fallas, faltas, o sobrantes que se contradigan, esto declararía un error de quien la escribió, o inspiró a los santos hombres de Dios para que la escribieran. Sin embargo, nada de eso se encuentra en la Biblia. Si la mente del racionalista, del filósofo, o del disputador de este siglo, encuentra muchos puntos oscuros para su entendimiento que pueden parecerle contradictorios, esto no quiere decir de manera alguna que Dios se equivocó, sino que Dios es ilimitado y sublime, y el hombre un simple mortal que no puede comprender las cosas divinas, sin la asistencia del Espíritu Santo.
Sucede, generalmente, que esa clase de analistas críticos de la Sagradas Escrituras, como no las comprenden, no las aceptan, y se cuestionan cosas que les quedan grandes. En lugar de situarse como deberían, delante de la Palabra de Dios para que ella los escudriñe e instruya, ya que se encuentran ante algo que tiene autoridad y facultad de juzgarlos; se sitúan frente a la Palabra de Dios, en la posición de jueces, y, sin reconocer sus incapacidades y limitaciones, la juzgan. Cada vez que sucede esto, se llega a conclusiones erróneas, pues se debe tener presente, que toda persona ante Dios y su Palabra, debe, primeramente, reconocer su pequeñez: Como dijo Salomón: “porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra” (Eclesiastés 5:2) y como Isaías escribió: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8,9) Es demasiado arrogante pretender juzgar a Dios, y es justamente lo que hacen los hombres al juzgar su Palabra. Conscientes o inconscientes de esto, argumentan, no contra los cristianos, sino contra el creador y la misma Palabra declara al respecto: “Más antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? (Romanos 9:20)
Dios reveló por medio de su Palabra cosas realmente maravillosas que jamás la mente humana hubiera podido ni siquiera imaginar. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9)
Pero, estas maravillas, necesitaban de la intervención del Espíritu Santo de Dios para que las pudiéramos recibir y comprender, “Porque el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14)
El hermano William Mac Donald, en su comentario sobre la Primera Epístola a los Corintios al tratar este tema, hace la siguiente reflexión: < “Primero está la revelación Esto significa que Dios ha revelado a los hombres, mediante Su Santo Espíritu, verdades previamente desconocidas. Estas verdades fueron dadas a conocer de manera sobrenatural por el Espíritu Santo.
Segundo, está la inspiración. Que es la transmisión de estas verdades a otros. Los apóstoles (y todos los otros escritores de la Biblia) usaron las mismas palabras que el Espíritu Santo les enseñó a emplear.
Finalmente, la iluminación. No sólo estas verdades deben ser milagrosamente reveladas y milagrosamente inspiradas, sino que sólo pueden ser comprendidas por el poder sobrenatural del Espíritu Santo.>
Teniendo esto en claro, comprendemos porque hay personas que encuentran en la Palabra solamente contradicciones. En cambio, para el cristiano la Palabra es clara, porque por el Espíritu Santo puede discernirla.
A pesar de esto que venimos anunciando que es de vital importancia para tener en cuenta, también está la gran verdad que la Biblia se revela a la fe. Sin fe, no se puede comprender, y esto lógicamente para la ciencia no le basta, ni le sirve.
Hay un versículo que dice: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos 11:3) Aquí está dicho que por la fe se entiende, cuando para la lógica humana, las cosas no se entienden por fe, sino por constataciones científicas. El creyente, no necesita que la ciencia, constate que la Biblia tiene razón, el creyente acepta lo que está escrito por fe.
Los no creyentes, no. Ellos rehúsan creer bajo el pretexto de la comprobación, sin ser sinceros o sin darse cuenta de que muchísimas cosas que utilizan a diario y que creen a pie firme jamás las constataron científicamente, sino simplemente las creyeron.
La Biblia habla de astronomía, geología, geografía y un sin fin de ciencias, dándonos datos precisos antes de que el hombre los descubriera por otros medios, como la redondez de la tierra, los sitios y lugares bíblicos, nombre de montes, de ríos, el nombre de gobernantes y todo tipo de información valiosísima, aunque la Biblia no es un libro de información, sino un libro de formación. Libros que informan hay muchos, pero como la Biblia ninguno, porque no informa sino transforma.
Debida a esta verdad, está escrito claramente, que la Biblia se escribió para: “que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31)
Fijémonos en este detalle, por ejemplo: El primer libro de la Biblia es el Génesis, que significa origen, o principio y contiene suficiente doctrina bíblica para comprender los grandes enigmas de la humanidad; como lo son: La verdad de la creación por medio de Dios. El origen de la raza humana, el desarrollo para que se poblara la tierra, los animales, su antigüedad, el efecto del diluvio universal en la creación, el origen de los distintos idiomas etc. Sin embargo, si uno presta atención, este libro maravilloso que consta de 50 Capítulos, ocupa solamente los 11 primeros para hablarnos de cosas que llaman la atención del hombre en relación con esos temas, y que abarcan un período de tiempo de 2000 años. Pero, luego, desde el capítulo 12 al 50, ocupa 38 capítulos para hablarnos del origen y principio de la gracia y el llamamiento de Dios, abarcando desde Abraham hasta José un período de 350 años. Al ver este simple detalle, ¿No debemos pensar que Dios tuvo mayor deseo de hablarnos de su gracia que de los misterios que llenan la mente de los humanos?
Lo mismo sucede al contemplar los cuatro evangelios. Tenemos en ellos 89 capítulos en total que hablan acerca del Señor Jesús, pero solamente 4 capítulos que se ocupan de su persona desde el momento de su nacimiento hasta el comienzo de su ministerio, y 85 que nos hablan desde el momento de su ministerio hasta el momento de su resurrección. El énfasis de Dios era hablarnos de aquello que necesitábamos para nuestra salvación, no satisfacer nuestra curiosidad.
Los creyentes, creemos a Dios, y luego entendemos, porque “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; más las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre” (Deuteronomio 29:29)
Los hombres, tropiezan frente a la grandeza de la Palabra, debido a la incredulidad, no teniendo ciertos factores en cuenta que ayudan a la comprensión de la Palabra inerrante. Por ejemplo, leen la Biblia y la discuten, sin tener en cuenta el contexto. Y mirar el contexto y situarnos en él, es fundamental, porque tal como suele decirse: Un texto, sacado de su contexto, se transforma en un pretexto. Otra cosa a considerar es el carácter del libro, cual es el tema que se desarrolla en cada uno de los sesenta y seis libros. Es muy importante tener en cuenta ese detalle, por ejemplo, acerca de la vida del Señor Jesús, nos hablan cuatro evangelistas, pero cada evangelista nos relata la vida del Señor Jesús mostrándonos alguna gloria en particular en la que enfatiza. Mateo lo presenta como Rey y es donde tenemos la genealogía real y donde más alusiones a su reinado. Marcos como el Siervo perfecto anunciado por los profetas (Isaías 42:1) haciendo una descripción notable de su constante servicio para la gloria de Dios. Lucas, lo presenta Jesús como el hombre perfecto, describiendo a través de su relato, su humanidad perfecta, su dependencia. Y finalmente, Juan lo presenta como el Hijo de Dios, el verbo encarnado. Cada uno de los 66 libros que componen el Canon Sagrado tiene su carácter. Para una mejor comprensión, todas estas cosas hay que tenerlas en cuenta, así como todas las figuras de dicción que se encuentran en el texto, o la forma de hablar como se expresa Dios. Si consideramos estas cosas, y leemos la Palabra en el temor santo del Señor, él se revelará a nuestro corazón, tal como lo prometió: “Porque La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, Y a ellos hará conocer…” (Salmo 25:4) y veremos claramente, como a pesar de que en la palabra de Dios hay cosas difíciles de entender (2 Pedro 16) no tiene errores ni contradicciones.
LECTURA DE LA SEMANA
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