Dios, nos presenta a través de cada libro de la Biblia, figuras y representaciones de nuestro Señor; las cuales dan testimonio de él y su obra. Adán, el arca de Noé, la vida de José, el cordero de la pascua, los sacrificios del Levítico e incontables relatos y menciones más, dan testimonio de nuestro Salvador.
Una figura notable del Señor Jesús, la encontramos en David. En varias ocasiones de su vida, David, nos muestra claros destellos de lo que luego vemos, con toda perfección en Cristo.
En tiempos de David, el pueblo de Israel, rechazó el gobierno de Dios, deseando tener un hombre que los gobierne, como lo tenían las demás naciones. El propósito de Dios para ese pueblo, era que fueran un pueblo santo, especial, apartado de los pecados de las naciones. “He aquí un pueblo que habitará confiado (o solo), Y no será contado entre las naciones” (Números 23:9) Pero, ellos, amaron al mundo, y desearon ser iguales a los demás, y no distintos para Dios; y por ello, pidieron un rey.
Ese rey, que fue Saúl, era el rey según la carne, el que habían elegido dejando de lado la voluntad de Dios, llevados por su carnalidad y deseos mundanos. Les fue concedido tener un rey, pero, Dios, no se agradó de ello, y luego de haber manifestado su voluntad y sus pensamientos, envió a Samuel a ungir a David, para que fuera el verdadero rey, según el deseo de Su corazón.
David, ante los ojos humanos, era un simple pastor de ovejas. Sin embargo, él era un hombre según el corazón de Dios. Él, como fiel siervo del Altísimo, fue respetuoso de los designios divinos, y aunque ungido para reinar, supo esperar su momento; sabiendo que mal o bien, el rey Saúl, era también ungido por Dios, y aunque fuera Saúl, el rey que habían pedido los hombres; no se levantaría contra lo que Dios había decidido.
David, espera y se guarda en comunión con Dios, pero Saúl es totalmente distinto. Tiene celos, y lo persigue para matarle. Aquí tenemos una clara analogía de la lucha constante, de lo que procede de la carne, contra lo que es de Dios. Hoy en día es así. “La carne” es decir las pasiones desordenadas de los hombres, debido al pecado que los domina, es lo que reina; y se levanta siempre contra lo que es de Dios; ya sea contra las personas directamente, o contra principios morales y espirituales. La gente desea y elige, pero Dios, tiene reservado para su pueblo, algo mucho mejor, que disfrutarán plenamente, cuando reine Cristo: “Mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo” (Isaías 32:18)
El Señor Jesús, reina en los corazones de los que lo han recibido como salvador, pero espera aún el momento para venir a reinar a la tierra. Él, es el príncipe de paz, y todo aquel que desee estar en paz, necesita recibirlo en su corazón.
David, en los tiempos que esperaba para reinar, huyó a la cueva de Adulam. “Yéndose luego David de allí, huyó a la cueva de Adulam; y cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, vinieron allí a él. Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos (1 Samuel 22:1,2)
Esa etapa de la vida de David, tiene cierta similitud, con los tiempos actuales. Pensemos un poco: David, estaba siendo menospreciado y perseguido, El Señor Jesús, es el Ungido de Dios para reinar sobre todo, pero en este tiempo, mientras espera para tomar el reino, también es menospreciado y rechazado en este mundo, donde “la carne” reina y domina.
Los primeros en acercarse a David, fueron sus hermanos, los de la casa de su padre. Esto nos recuerda que los primeros en seguir a un Cristo rechazado, crucificado y resucitado de entre los muertos, fueron sus hermanos según la carne, es decir aquellos que eran de su mismo pueblo. Judíos que doblegaron su corazón y lo recibieron creyendo que él era el ungido de Dios. Pero, también estuvieron aquellos que nos representan perfectamente, como lo son, los que tenían gran angustia de corazón y extrema necesidad. Aquellos afligidos que encontraron en David, tal como nosotros encontramos en Cristo, el consuelo de Dios y la plena seguridad. Y él fue jefe de ellos, así como para nosotros, él, es el Señor.
Sin duda, no habría comodidades dentro de la cueva. Allí, no estaban aquellas “cosas que están en el mundo” (1 Juan 2:15) y que somos tan propensos a amar. Allí estaba sencillamente el Ungido de Dios, y esto para los de la fe es suficiente, porque en él lo tenemos todo.
Los afligidos, los endeudados, los que se hallan en amargura de espíritu, son aquellos que alguna vez escucharon el susurro de Satanás diciéndoles al corazón, cosas como éstas: <Para ti ya no hay esperanza. Has pecado una y otra vez, ya no hay remedio para tu vida. Nadie te quiere, nadie desea estar contigo, eres una carga, y nunca podrás borrar lo que has hecho… La solución para ti es la muerte> Pero, para ellos, está la gracia de Dios, la misericordia de Aquel que murió en una cruz con los brazos abiertos, ¡Y que vive!, porque resucitó con poder, y que sigue aún, esperando con los brazos abiertos que se acerquen a él, diciendo: “Venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma” (Isaías 5:2) “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar…y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:28,29) ¡Qué paz encuentra el alma junto al Señor, cuando conoce su gracia y recibe el perdón! Verdaderamente puede decir: “Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; He puesto en el Señor mi esperanza” (Salmo 73:28)
Y de aquellos hombres que se acercaron a David en la cueva de Adulam, Dios dejó el registro de los que se destacaron por su servicio y valor. Esto puede leerse en (2 Samuel 23:13) Lo cual nos sugiere, que allí, en humildad, junto al Cristo que el mundo rechaza, se forman los verdaderos siervos del Señor. ¡Así es la gracia de Dios! “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios” (1 Corintios 1:26-28) Por esto, no pongamos nuestros ojos en el mundo, ni en las cosas que están en el mundo, deseando “grandezas” allí donde nuestro Salvador sigue siendo rechazado. Seguir al Señor Jesús desinteresadamente de corazón y en separación, hoy es nuestra parte. ¡Nuestra bendita parte! Aunque seamos vistos como aquellos hombres que se unieron a David con toda sencillez, en la Cueva de Adulam. ¡Junto a él, es el lugar de la bendición! “Porque allí envía el Señor bendición, Y vida eterna” (Salmo 133:3)