“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios… De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:3-7)
La vida de John Wesley (1703-1791) el clérigo y teólogo británico, es una vida muy aleccionadora. Wesley fue un hombre de Dios que predicó incansablemente la fe en Jesucristo. Desde joven su corazón fu atraído hacia las cosas santas e hizo un gran cambio en su vida llevando una vida piadosa de lectura bíblica, oración y servicio. De esa manera no solo sirvió en su tierra, sino que se trasladó a los Estados Unidos para evangelizar a los indios norteamericanos. Durante todo ese tiempo hizo experiencias, donde a pesar de llevar una vida piadosa, se daba cuenta de que algo le faltaba a su fe. Alguien lo inquirió preguntándole si el Espíritu de Dios daba testimonio a su espíritu de que era un hijo de Dios. La pregunta directa: ¿Tienes la certeza de que realmente Jesucristo es tú Salvador? Lo hizo recapacitar, y darse cuenta de que, a pesar de su vida devota y sus prácticas piadosas como ministro eclesiástico, carecía de la seguridad de su salvación.
Sin embargo, a pesar de haberse desalentado mucho, nunca entorpeció el trabajo divino que se llevaba a cabo en su corazón. Hasta que finalmente por medio de la Palabra de Dios, leyendo las verdades que desarrolla la epístola a los Romanos, encontró la paz con Dios y una verdadera conversión a Cristo. La Palabra accionada por el Espíritu, lo hicieron nacer de nuevo. (Juan 3:5)
Pensamientos para reflexionar