“Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; más lo entenderás después” (Juan 13:7)
“Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad. Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre” (Lucas 7.11-15)
Muchas veces, veremos que suceden cosas que no entendemos y nos enojan. Esto es natural, pero, quienes confiamos en Dios, no debemos enojarnos, sino descansar en la plena confianza que, si así se dieron las cosas, es porque Dios ha visto conveniente que sucedieran. Y que Dios sabe todos aquellos porqué que desconocemos. En situaciones que ponen a prueba la fe, debemos derramar el alma pidiéndole su socorro, pero sabiendo de antemano, por fe, que, esto no es porque Dios sea indiferente a lo que nos pase. Sino porque, aunque no lo comprendamos ahora, vio que debía ser así.
Esto es muy fácil decirlo, y muy difícil vivirlo. Para vivirlo, debemos vivir en una fe ejercitada siempre y en plena comunión con Dios, sabiendo que cada día puede ser el último, y que por lo tanto debemos estar preparados y preparar a los nuestros, pues luego de la muerte ya no hay esperanza.
Cristo jamás faltará. Él únicamente es quien puede consolarnos. Él le dijo a la viuda de Naín “no llores” cuando llevaba a enterrar a su único hijo difunto. (Lucas 7:11-15) Porque él iba a obrar maravillas que ella no sabía, y se lo devolvió vivo. Quizás, ese no sea nuestro caso, pero, igualmente, luego veremos que cuando nos consuela diciendo: “No llores” es porque también nos sostendrá en el dolor y luego obrará maravillas que hoy ni sospechamos.
Pensamientos para reflexionar