“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28: 19,20)
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35)
El Señor Jesús comisionó a los suyos para que hicieran discípulos a todas las naciones, y los bautizaran, y les enseñaran a guardar todas las cosas que les había mandado. ¡Qué hermoso es ser un discípulo del Señor!
Un discípulo es quien aprende las enseñanzas de un maestro. Es un seguidor, un aprendiz…
El Señor llama a los hombres. Les hace oír la Palabra de verdad, el evangelio de la salvación (Efesios 1:13) los salva y ellos se identifican con él, confesándolo por medio del bautismo. Así, luego, son discipulados en las enseñanzas del Señor. De esa manera, todo es perfecto. Sin embargo, actualmente, vemos otras formas de hacer discípulos que no dan resultado, porque se trata de discipular religiosamente a personas que no son convertidas, olvidando que nadie puede discipular a un muerto.
Las enseñanzas de Cristo, no se pueden entender con una mente natural. Nadie puede poner la otra mejilla, amar a sus enemigos, ni caminar una segunda milla, si su corazón no ha sido cambiado por el nuevo nacimiento.
La religión puede hacer que el hombre hable como cristiano y se muestre como cristiano, pero llegado el momento de la prueba, esa persona mostrará sin duda lo que hay en su corazón, porque podrá imitar muchas cosas, pero lo que no podrá es manifestar a Cristo en su vida. Eso solo lo hace quien ha nacido de nuevo.
Pensamientos para reflexionar