“Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano” (Eclesiastés 11.6)
“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15)
“Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Timoteo 4:5)
Cuenta que un conocido evangelista del siglo diecinueve, una noche estaba en el umbral de su cuarto viendo caer la lluvia, pensando que en ese día no le había compartido a nadie el mensaje del evangelio. De repente, vio acercarse a una persona que venía corriendo. Sin pensarlo demasiado, salió corriendo también y se puso a la par de su compañero ocasional, acompañándolo, para poder conversar con él. Aprovechando la conversación, le presentó el evangelio conduciéndolo a los pies de Cristo. Después de eso, volvió a su casa feliz, pensando que ahora sí podría dormir tranquilo pues había cumplido su servicio para el Señor.
¡Qué hermoso que es el servicio del evangelista! Por medio de este don, el evangelio se extiende y las personas son llevadas a los pies del Señor para salvación. Su campo de acción es el mundo entero. Es un don, (Efesios 4:11) que no todos tienen, porque cada miembro del cuerpo de Cristo tiene una función diferente, pero que, sin embargo, somos llamados a imitar. Por eso Pablo le dijo a Timoteo: “haz obra de evangelista” (2 Timoteo 4:5) Todos, sin excepción, somos llamados a predicar el evangelio, independientemente del don de Cristo que hallamos recibido. Todos debemos hablar de Cristo a las personas que nos rodean y anunciarles que en ningún otro hay salvación. (Hechos 4:12) Con los medios que tengamos y de la manera que podamos.
Pensamientos para reflexionar