“Dijo el Señor; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra.” (Isaías 66:2)
“Y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:3,4)
Un general americano y un líder de tropas afganas discutían acerca de una misión, y como no se ponían de acuerdo en cuanto a la ejecución de la misma, el afgano le dijo: <Con usted nunca nos pondremos de acuerdo, usted tiene demasiadas personas sobre su cabeza por medio de quien guiarse, yo tengo solamente a Dios.>
Obviamente, el afgano, hablaba de Alá, su dios, que nada tiene que ver con nuestro Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, si miramos esto con una cosmovisión cristiana, debemos reconocer que en la vida siempre pasa así, cuantas más personas influyendo en sus pensamientos y decisiones tenga la gente, más difícil será que se decidan por la verdad.
Esto es muy común verlo en las llamadas mentes brillantes, entre los considerados intelectuales, los cuales, ante cada sentencia o definición de algo que se les diga, citan la opinión de alguien influyente, reconocido, etc. a quien admiran y a quien han leído, y lógicamente, luego se expresan diciendo que ellos no comparten la fe cristiana, pues no logran tener esa fe.
Estas personas, sin querer se autoengañan. No creen lo que dice Dios porque tienen a demasiadas personas sobre su cabeza, quienes han rechazado la gracia de Dios, ya antes que ellos, y han hablado al respecto. Las personas simples no. Por eso el Señor Jesús dijo: Bienaventurados los pobres en espíritu… (Mateo 5:3)
Pensamientos para reflexionar