
“Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Timoteo 2:4)
“Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Timoteo 6:9)
Al leer: “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida”, muchos se apenan, porque, lamentablemente, todos estamos involucrados en cosas de la vida, y preguntan: ¿Entonces no podemos agradar al Señor?
En la Palabra encontramos que para agradar al Señor, no necesitamos salir de este mundo, ni abandonar nuestras actividades, sino saber dónde está el límite establecido por Dios para desarrollar nuestras actividades de una manera agradable.
El Señor dijo con respecto a los suyos: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:14,15) Los creyentes, estamos en este mundo y en él, debemos vivir, estudiar, trabajar… ¿Todas esas cosas nos son lícitas? Lógicamente que sí.
Pero Dios nos traza un límite que nos marca hasta donde todo nos es lícito, y ese límite lo cruzamos, cuando las cosas terrenales comienzan a llenar nuestro corazón. Allí, nos enredamos y quedamos atrapados, perdiendo la libertad para obrar como le corresponde a un buen soldado.
La Biblia no dice que el que milita no se ocupa de las cosas de la vida, sino que no se enreda. Trabajar, estudiar, ocuparse de la familia, no es enredarse. Enredarse es quedar atrapados en esas cosas dejando que ellas, por ejemplo, condicionen nuestro tiempo para el Señor, la asistencia a las reuniones o el servicio para Cristo.
Pensamientos para reflexionar