“Poned, pues, ahora vuestros corazones y vuestros ánimos en buscar a Jehová vuestro Dios” (1 Crónicas 22:19)
No sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (Hebreos 4:1,2)
El endurecimiento de corazón es algo terrible. La semilla del evangelio no penetra en los corazones endurecidos; por eso el Señor trabaja los corazones duros de incredulidad por medio de su palabra que “como un martillo quebranta la piedra” (Jeremías 23:29) Y por la acción de Su Espíritu, utilizando también las circunstancias, para ver si el hombre se quebranta y afloja. Pero, aún así, muchas veces el hombre se cierra y no se doblega bajo la poderosa mano de Dios.
La actitud dura del hombre, es muy peligrosa, ya que Dios puede entregarlo a la locura de su obstinación que no quiere dejar, como cuando dijo: “Efraín es dado a ídolos; déjalo” (Oseas 4:17) y ya no hubo más remedio.
Hay que recordar que la gracia de Dios, también tiene un límite de tiempo, e inclusive hay casos, como el de Faraón en tiempos de Moisés, para los cuales la gracia se terminó antes de su muerte. Faraón endurecía continuamente su corazón: (Véase Éxodo 7:13, 22; 8:15,19,32 y 9:7) hasta que finalmente, fue Dios quien lo endureció (Éxodo 9:12)
Las personas deben recibir mansamente la palabra de Dios y dejarla actuar en su corazón. De esa manera son llevadas a la salvación. A los corazones endurecidos, nos les espera otra cosa sino “una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10:27)
Pensamientos para reflexionar