Y ellos…alzaron unánimes la voz a Dios y dijeron…Ahora Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra” (Hechos 4: 24 y 29)
En el capítulo 4 del libro de los Hechos de los Apóstoles, vemos como la mano del Señor, se había manifestado en la sanidad de un hombre cojo de nacimiento de una manera sorprendente.
A este hombre, Pedro y Juan lo habían encontrado pidiendo limosnas en la puerta del Templo.
¡Qué maravilla!, podríamos pensar que al ver esto, tan prodigioso, todos en aquel lugar, que conocían muy bien a este hombre tan necesitado, se levantaron para glorificar a Dios. Sin embargo, no fue así.
Esto que se nos relata, fue algo notorio, sin embargo, aunque muchos quedaron atónitos, la clase religiosa que imperaba en aquellos días: “los sacerdotes, con el jefe de la guardia del templo y los saduceos, resentidos de que enseñasen al pueblo, y anunciasen a Jesús,…les echaron mano y los pusieron en la cárcel” Hechos 4: 1 al 3 Sin embargo, a pesar de los embates del enemigo para callar a aquellos testigos fieles, el testimonio de Jesucristo siguió adelante, y aquellas amenazas sólo sirvieron para que testificaran aún más claramente acerca del Señor diciendo: “que en ningún otro hay salvación porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres en que podamos ser salvos” Cap. 4:12
Aquellos fieles cristianos, sabían que quienes los amenazaban no tenían temor de Dios y que no dudarían en hacer cuanto pudieran para silenciar el testimonio de Cristo, pero, con todo y con eso, no se amedrentaron, ni pensaron en utilizar algún subterfugio para salir del paso, sino que tomaron las armas de Dios.
Ellos fueron a los suyos. Volvieron a juntarse con los hermanos y les contaron las cosas que habían pasado. Entonces, allí, alzaron unánimes la voz a Dios y le pidieron que mire las amenazas, y que les conceda, ser fieles en la predicación a pesar de todo.
¡Qué hermoso ejemplo para nosotros! No le pidieron a Dios que quitara la persecución, que les concediera una vida tranquila, que los librara de toda amenaza; sino que el Señor mirara todo cuanto estaba pasando y que ellos, con denuedo y sin temor, pudieran mantenerse fieles dando el testimonio que debían dar, acerca, del Señor Jesús, resucitado de entre los muertos.
Hoy los que estamos meditando en esto, muy posiblemente, no estemos pasando exactamente la misma situación que aquellos testigos, pero sí, podemos estar seguros, que si conocemos al Señor Jesús como el Salvador, tendremos de alguna manera algún ejercicio de corazón, alguna preocupación, alguna carga que volcar delante de Dios diciéndole de la misma manera. “Mira Señor” Porque “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12) Y el Señor, que todo lo ve, lo estará mirando.
No será necesario decirle al Señor cómo tendría que obrar al respecto, ni, imponerle que nos libere de la prueba que estemos pasando. Sino, simplemente, decirle: “Mira Señor” como con el mismo espíritu de Cristo, “Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” 1 Pedro 2:23
Todos, cuando sufrimos injusticias, agravios; alguna forma de ingratitud, falta de respeto; o, cuando, simplemente, alguien se enoja sin motivos y se levanta contra nosotros, quisiéramos encomendar esta causa a alguna autoridad competente para que se nos haga justicia, o, al menos, quisiéramos que todos lo noten y vean qué proceder más injusto es el que estamos sufriendo.
Sin embargo, muchas veces sucede que aunque alguien lo vea, no garantiza que pueda hacer algo al respecto y que las cosas cambien. El dolor que se siente en situaciones así, llega muchas veces a afectar la mente y el cuerpo de quien sufre estas cosas.
A pesar de eso, debemos dar gracias a Dios, que si bien podremos muchas veces experimentar que “vana es la ayuda de los hombres” (Salmo 60:11). No habrá jamás, ninguna situación en la que nos encontremos que no podamos presentarnos delante del Señor y decirle como hicieron aquellos primeros cristianos: “Mira Señor” Y Él, no dejará de ver cada detalle y de obrar de la mejor manera.
No siempre podremos corregir lo que pasa, pero qué alivio sentirá el alma cuando pueda volcar toda su ansiedad sobre Él, que es quien tiene el cuidado de nosotros. (1 Pedro 5:7) Y, luego de contarle todo al Señor, pedirle que nos de fuerzas para no perder el testimonio que él espera que le rindamos. Que nos de fuerzas para no ser vencidos de lo malo, sino, para vencer con el bien al mal (Romanos 12:21) Que nos de fuerzas para que nada de lo que nos acontezca sobre esta tierra, nos haga perder el disfrute de la comunión con él.
El primer mártir cristiano que encontramos en la Palabra, se llamaba Esteban. Contra él, se levantó un pueblo enfurecido con testigos falsos y crueles mentiras. Sin embargo, “al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel” Hechos 6:15 y a pesar de que aquella turba asesina, prosiguió en su deseo hasta que lo apedrearon, “Esteban puesto los ojos en el cielo vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba a su diestra” El Señor, estaba mirando todo, y Esteban no tuvo la menor queja; sino, una actitud, que habrá subido como un olor grato al corazón de Dios, porque fue similar a la de su Señor, cuando pidió por los transgresores
“Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba…y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado, y habiendo dicho esto, durmió” (Hechos Cap. 7: 59, 60)
Qué el Señor anime nuestros corazones en toda circunstancia y momento malo que nos toque vivir. Y cuando veamos que nada podemos hacer, no olvidemos que Dios está por encima de todo lo que nos pasa y es quien en su sabiduría nos dice:
“No digas: Yo me vengaré; Espera a Jehová, y él te salvará” (Proverbios (20:22)
“No digas: Como me hizo, así le haré; Daré el pago al hombre según su obra” (Proverbios 24:29)
No preguntes: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré? (Mateo 18:21)
Sino, recuerda: Él Mira, Él juzga justamente, y Él obrará convenientemente, según su buena voluntad, que siempre será agradable y perfecta (Romanos 12:2).
Que sea siempre nuestra porción, la de pedirle que nos mantenga fieles para acabar nuestra carrera con gozo.
Cuando en la prueba falte la fe, y el alma vese desfallecer,
Cristo nos dice, siempre os daré, gracia divina, santo poder.
Himno 136 del himnario Himnos y Cánticos
Pensamientos para reflexionar
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