
“Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa;
y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos” (Mateo 5:38-41)
Alguien dijo muy acertadamente que en el corazón de los creyentes hay un trono y una cruz. El trono debe estar ocupado por Cristo, y cada vez que la carne se quiera sentar en él y comandar desde allí, debe ser retirada y puesta en la cruz.
Esto ejemplifica de una manera muy clara lo que debemos hacer para poder cumplir así la ley de Cristo.
El espíritu de este mundo, nos lleva continuamente a reclamar nuestros supuestos derechos y a no dejar que nadie se sienta ni crea superior delante de nosotros. Sin embargo, el Señor nos enseña que nuestro deber es “que nuestra gentileza sea conocida de todos los hombres” (Filipenses 4:5) porque esa actitud es la que refleja el Espíritu de Cristo, quien era manso y humilde de corazón.
Cada vez que en nosotros se levanta ese deseo de venganza debemos colocar la carne en la cruz, recordando que el Señor dijo: “Mía es la venganza, yo pagaré” (Romanos 12:19) Cada vez que sintamos el deseo de pagar con la misma moneda, recordemos que Dios nos dice: “No digas: Como me hizo, así le haré; Daré el pago al hombre según su obra” (Proverbios 24:29)
Recordemos que, como cristianos nunca estaremos satisfechos vengando nuestras afrentas, sino colocando la otra mejilla, haciendo la voluntad de Dios que es lo que finalmente nos llenará de gozo y de paz.
Pensamientos para reflexionar