EL TRABAJO DEL PLATERO

“Porque no contenderé para siempre, ni para siempre me enojaré; pues decaería ante mí el espíritu, y las almas que yo he creado” (Isaías 57:16)

“Porque el Señor no desecha para siempre” (Lamentaciones 3:31)

“Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11)


El platero, para purificar la plata, la coloca en el crisol a una temperatura determinada, y allí saca las impurezas retirando las escorias que se juntan, debido a que el metal noble se encuentra ligado con otros minerales. Eso, lo va haciendo pacientemente, hasta que llega un momento que el metal está tan límpido que el platero puede ver su imagen reflejada en el recipiente como si se mirara en un espejo. En ese momento, lo retira del fuego, pues ha cumplido su cometido.

El Señor, como un platero, nos purifica quitando de nosotros todo lo que nos quita brillo, corrigiéndonos en el crisol de la disciplina para purificar nuestros corazones en obediencia a la verdad, (1 Pedro 1:22)

Por su Palabra nos dice: “Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él” (Hebreos 12:5) Porque siempre la disciplina de Dios, ya sea en forma paternal, o como la que ejerce el Señor, “como Hijo sobre su casa” tienen un tiempo y un fin perfecto. Porque al igual que el trabajo del platero, la lleva a cabo para purificar, corregir, guardar la pureza y presentarnos limpios, de tal manera de reconocerse en nosotros. Por eso tiene también un tiempo perfecto, de lo contrario, sino se apagará el fuego, si la disciplina se hiciera perpetua e indefinida en el tiempo, en lugar de purificar terminaría malográndolo todo.


Pensamientos para reflexionar

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