“Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas” (1 Pedro 1:2)
Algunos piensan que como el hombre es declarado por Dios como muerto en sus delitos y pecados, no hay forma de que pueda en algún momento aceptar a Cristo, y que, por lo tanto, Dios tiene que salvarlo, forzándolo. Y que el resto de los humanos se pierden, porque no han sido elegidos para salvación. Esto, obviamente, no es lo que enseña la Biblia.
La Biblia nos enseña que Dios quiere que todos los hombres sean salvos. (1 Timoteo 2:4) Todos sin excepción. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda más tenga vida eterna” (Juan 3:16) Y que, en su presciencia, a elegido a los hombres en Cristo, y obra en santificación del Espíritu en ellos, para llevarlos a la obediencia y el rociamiento de la sangre de Cristo para salvarlos. (1 Pedro 1:2)
Dios no salva a nadie a la fuerza, lo que hace Dios, es energizar al hombre para que obedezca, pues el hombre, es desobediente por naturaleza. Por lo cual, es necesario el trabajo de Dios, para que los hombres reaccionen y hagan algo contrario a su voluntad, como es creer en Cristo y entregarles sus vidas. Y ese trabajo lo lleva a cabo por medio de la santificación del Espíritu y la acción de la Palabra de vida.
Pensamientos para reflexionar