“Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:11-13)
Elías era un hombre de Dios. Un varón profeta que le hablaba al pueblo, en un tiempo, cuando Dios había sido dejado totalmente de lado.
Sus palabras y su testimonio fueron elocuentes, y evidenciaban su origen divino.
Dios se manifestaba a través de Elías de una manera inequívoca. Sin embargo, aunque todos vieran el poder de Dios, sus corazones se iban tras Baal.
Luego de enfrentar a los sacerdotes de Baal y terminar con ellos. Elías, hombre sujeto a pasiones como nosotros (Santiago 5:17) sintió temor y huyó para salvar su vida, pues Jezabel, la esposa del rey Acab, deseaba matarlo.
Elías se desalentó al punto de desear morirse, pero Dios sale a su encuentro. Allí Elías experimentó muchas cosas. Por ejemplo: Que no era mejor que sus padres, ni que los que no comprendieron.
Dios llamó a Elías a salir de la cueva, Y envió un viento que rompía los montes, un terremoto y luego un gran fuego. Pero Jehová no estaba en el viento, ni el terremoto, ni en el fuego. Hasta que finalmente, sintió un silbo apacible y allí salió Elías al encuentro de Jehová.
Elías aprendió entre otras cosas que los hombres experimentan la presencia de Dios y son tocados, no por las manifestaciones poderosas, sino por el trato apacible de Dios que toca profundamente sus corazones, tal como lo experimentó él mismo estando en la cueva.
Pensamientos para reflexionar