“Habla a Aarón y a sus hijos, y diles: Esta es la ley del sacrificio expiatorio: en el lugar donde se degüella el holocausto, será degollada la ofrenda por el pecado delante de Jehová; es cosa santísima” (Levítico 6:25)
“En el lugar donde degüellan el holocausto, degollarán la víctima por la culpa; y rociará su sangre alrededor sobre el altar” (Levítico 7:2)
En el Antiguo Testamento, el sacrificio de Cristo era anunciado a través de todas las ofrendas que se hacían, donde siempre se ponía en evidencia que una víctima inocente debía ser sacrificada a causa del pecado.
El libro de Levítico comienza por la ofrenda del holocausto que no era una ofrenda obligatoria, sino una ofrenda voluntaria, pues no se ofrecía como consecuencia de haber pecado, aunque era una ofrenda de expiación. (Levítico 1:4)
El “holocausto” es una imagen de la ofrenda que voluntariamente hizo nuestro Señor de su vida, con la cual hizo la expiación, ofreciéndose sin mancha a Dios (Hebreos 9:14)
Luego tenemos la ofrenda por el pecado, una ofrenda obligatoria para todo aquel que se daba cuenta de que había pecado contra Dios y que se presentaba para arreglar cuentas. Esa ofrenda otorgaba la seguridad del perdón, por lo cual es una elocuente figura del sacrificio de Cristo para salvar a los pecadores.
Ambos sacrificios nos hablan de la ofrenda de Cristo, ya que con una sola ilustración no bastaba para mostrar todo. Todas las ofrendas presentan un aspecto de la única y suficiente ofrenda de Jesucristo hecha una vez para siempre en la cruz del calvario. Por eso se nos dice que se degollaban en el mismo lugar, aunque en una se enfatice la entrega para satisfacer el corazón de Dios y en la otra, la necesidad del hombre.
Pensamientos para reflexionar