Un ingeniero agrónomo cristiano, viajó becado por su país a Israel, para participar de unos cursos sobre riego artificial y cultivos especiales y de regreso nos contó sus experiencias dejándonos una linda enseñanza espiritual.
Lo que más lo llenó de asombro, fue conocer nuevas técnicas, con las cuales habían logrado cultivar hermosos frutos, en terrenos totalmente áridos. A su alrededor había visto solo zonas desérticas, pero allí donde practicaban ésta nueva modalidad, se veían hermosas plantaciones. ¿Cómo era posible esto? Bueno, Eso lo habían logrado, mediante un sistema de riego artificial bien diseñado y pensado que actuaba por goteo.
Se habían colocado miles de plantines de diversas especies, todos bien ordenados, seguidos por una instalación eléctrica y unas tuberías plásticas, enterradas en la arena.
Cada planta tenía un censor sobre su tallo, el cual estaba conectado a la instalación eléctrica que llegaba hasta una computadora que lo monitoreaba. De los tubos, salía un brazo con un pico vertedor estratégicamente colocado. Cuando la planta asolada por la temperatura ambiente, o el efecto del sol, se encorvaba o sufría alguna alteración, el censor lo detectaba, la información llegaba hasta la computadora y desde allí, en forma automática, se impartía la orden para que cayera una gota desde el pico vertedor.
De esta manera, en una zona sin agua, sin ningún desperdicio, la planta recibía solamente lo que necesitaba, y de esa manera crecía y fructificaba en un ambiente totalmente hostil e imposible sobrevivir. Siempre se veía una pequeña mancha de humedad a su alrededor. Esto la hacía permanecer erguida.
¡Qué maravillosa es la capacidad que Dios ha dado a los hombres! Si el hombre se encontrara en una comunión perfecta con su creador, sin que mediara el pecado, ¡qué no haría! Todo sería totalmente distinto en esta creación que hoy vemos sufriente.
Esta experiencia vista por un creyente, nos recordaba el proceder de Dios para con nosotros.
Entre las personas, como entre los cultivos, hay una diversidad de formas que Dios emplea en su crecimiento. Hay cultivos que se logran con abundante cantidad de agua. El arroz, por ejemplo, se siembra en zonas inundadas. Otros cultivos también, requieren un porcentaje de humedad muy alto. Pero existen otros que crecen y se adaptan en zonas totalmente distintas.
Muchas veces Dios hace fructificar nuestro corazón con grandes lluvias de bendición, que nos desbordan, y el alma se goza viendo como todo en la vida marcha sin grandes dificultades. Esto es algo muy lindo, pero, no siempre es así. Debemos reconocer que muchas veces nos encontramos como el salmista cuando decía: » Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas»(Salmo 63:1)
Son las experiencias que hacemos en la soledad, cuando nos sentimos en un desierto, cuando nuestras almas no encuentran alrededor nada donde abrevar y constatamos de esa manera, que solo Dios puede sostenernos. En esos momentos decimos: «Mi alma y mi corazón desfallecen», y es hermoso allí tener la seguridad que tuvo aquel hombre llamado Asaf cuando dijo: «Más la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre» (Salmo 73:26) Sin esta seguridad, la aridez del desierto de nuestras circunstancias, nos amargan la existencia, llenando nuestro corazón de cosas totalmente negativas. Estas cosas nos dañan, porque no vemos en ellas más allá de nuestro dolor. Sin embargo, cuando el alma confía plenamente en su Dios, y se aferra a sus promesas, aunque todo lo que viese a su alrededor se torne sombrío, podrá decir como Job en su momento. «Aunque él me matare, en él esperaré» (Job 13: 15) Allí probaremos la poderosa mano de Dios levantándonos, dándonos, no quizás una gran lluvia de bendiciones, que lo cambie todo completamente, sino tal vez esa pequeña gotita diaria, que insignificante a los ojos de todos, será la que nos mantenga erguidos y fructíferos para él.
El éxito de nuestra vida y la paz de nuestro corazón no consisten en aquellas cosas que nos pasan, sino en cómo las tomamos. Alguien una vez dijo: La misma lluvia que produce espinas en el pantano, es la que hace crecer las flores en el jardín.
¡Qué cosa más cierta! Es la misma naturaleza de cosas que a un corazón lo puede hundir en la tristeza y desesperación, endureciéndolo y haciéndolo completamente infeliz, lo que a otro corazón le hace gustar los más tiernos cuidados del Señor y lo hace fructificar en medio de aquellas experiencias.
Una sola gota. Solo esto nos basta de parte de Dios. Y allí, donde todo tendría que ser desolación, habrá paz.
Una sola gota, mantendrá la esperanza la paz y la fe. Una sola gota sostendrá nuestras vidas manteniéndonos vivos. Una sola gota te mantendrá erguido, y aquella gota nunca faltará. Dios la hará caer en el momento justo.
Es aquella gota la que recibió Pablo, cuando » no apareciendo el sol ni estrellas por muchos días y siendo acosados por una gran tempestad habían perdido toda esperanza de salvarse» escucha de parte del ángel de Dios: Pablo ¡no temas! (Hechos 27:20, y 23)
Es aquella gota la que necesitaba cuando prisionero, y cansado llega a Roma y » Los hermanos salieron a recibirlo…y Pablo dio gracias a Dios y cobró aliento» (Hechos 28:15)
O cuando estando preocupado por aquellos hermanos de Corintio a los que tanto amaba, recibe consolación y dice: » Y Dios que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito»(2 Corintios 7:6)
Así podremos ver, como los hijos de Dios, jamás seremos abandonados. Muchas veces, podremos atravesar duras pruebas, pero el Señor estará allí para sostenernos, y darnos quizás, con una pequeña gota de su parte, el aliento que necesita el alma.
Repasemos nuestra vida, y nuestros días, y constataremos como el Señor no faltó. Si prestamos atención, reconoceremos aquello que fue como una pequeña gota, fue lo que nos sirvió de aliento para no desmayar.
¡Quiera el Señor que estas líneas, sean también, como una gota de agua en las circunstancias de quienes las leen! Pues, aquel que las escribió, también hizo la experiencia muchas veces, de recibir aliento de parte del Señor, por medio de expresiones, actitudes y un sin fin de cosas, que podrían parecer imperceptibles a los ojos de los demás, pero que sin embargo, tomadas como de parte de Dios. <De ese arroyo bebió en el camino y levantó su cabeza> Véase Salmo 107:7
Recordemos la estrofa de aquel hermoso cántico que dice:
“Cuando en la prueba falta la fe, y el alma vese desfallecer, Cristo nos dice: «Siempre os daré, gracia divina, santo poder»
Lectura de la Semana
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