
“Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:14-16)
“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (2 Juan 2:15)
Cuentan que una mujer, viendo la vida piadosa de un hermano que le enseñaba la Palabra de Dios, le dijo: ¡Ay hermano! ¡Daría todo el mundo por vivir como Ud.! Tan comprometido con las cosas del Señor… Y el hermano le respondió: – Justamente, eso es lo que me costó-.
Verdaderamente, no se puede estar en el cielo sin dejar la tierra, ni vivir en el Espíritu sin dejar el mundo.
Hay un himno que dice: “Dejo el mundo y sigo a Cristo, porque el mundo pasará, más su amor, amor perfecto, por los siglos durará…”
El mundo constituye un sistema que rechaza y se opone constantemente a Dios, cuyo príncipe es Satanás (Juan 14:30)
Pensamos en ese mundo cuando decimos que: “Estamos con Cristo a quien el mundo rechazó, o estamos con el mundo que rechazó a Cristo” Es a ese mundo al que nos referimos cuando nos bautizamos, confesando que hemos muerto para el mundo y vivimos para Dios.
El mundo atrapa y compromete de una manera tan fuerte que es imposible triunfar en él, manteniéndose firme en la fe, porque las cosas que están en el mundo, son cosas que nos restan espiritualidad, energía de fe, y nos colocan en enemistad con Dios (Santiago 4:4)
El mundo reclama tiempo, compromiso, ocupación, apasionamiento… Y todo eso que le brindamos, es lo que nos privamos de darle a Cristo.
Pensamientos para reflexionar