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“Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1Juan 1:5-9)
Con respecto al perdón judicial de Dios, los creyentes estamos en plena paz, porque sabemos que Dios está satisfecho en su juicio por el pecado. Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras , y así cumplió lo que estaba escrito: Él haría consumación y no tomará venganza dos veces (Nahum 1:9) Por esta razón, la Biblia no dice que quien es de Cristo, cuando peca debe pedir perdón nuevamente por sus pecados, sino que debe confesarlo, confesar lo que ha hecho (1 Juan 1:9) Pues el perdón, en el sentido judicial ya lo tiene, pero como ahora se encuentra en una posición filial ante Dios, al ser un hijo de Dios, cada vez que peca, su comunión, su gozo y el disfrute de su comunión con el Padre se interrumpe. Debe por lo tanto confesar su falta, decirle a Dios su pecado, y Dios, paternalmente, no judicialmente, <pues vimos que judicialmente ya lo perdonó desde el momento de la conversión>, lo perdona y lo limpia.
Esto nos aclara bien dos aspectos: Judicialmente, hemos sido perdonados por Dios una vez para siempre mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo. (Hebreos 10:10) Y de ese perdón judicial, depende la salvación eterna. Pero, Paternalmente, somos perdonados diariamente, cada vez que confesamos haber pecado luego de nuestra conversión. Y de este trato paternal, depende, ya no nuestra salvación, sino nuestra comunión. (Véase 1 Juan 1:1-10)
Pensamientos para reflexionar
