EL PECADO NO CONFESADO ES EL IMPEDIMENTO (2)

“El mira sobre los hombres; y al que dijere: Pequé, y pervertí lo recto, Y no me ha aprovechado, Dios redimirá su alma…” (Proverbios 33:27,28)

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9)


El pecado lo destruye todo. No hay nada más pernicioso que el pecado en la vida del hombre. David lo sabía muy bien, pues lo experimentó en carne propia. El pecado lo había despojado del gozo y lo había hundido en un gemir horrendo. Por eso dijo: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; Se volvió mi verdor en sequedades de verano” (Salmo 32:3,4) Hasta que finalmente experimenta el consuelo que solo puede dar el perdón de Dios. “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32:5)

Todo aquel que confiesa su pecado en arrepentimiento, experimenta la liberación del peso de la culpa. Y si era un creyente, como en el caso de David, se vuelven a recrear aquellos huesos que habían sido abatidos en el dolor fuera de la comunión con su Dios (Salmo 51:8) y puede volver como lo hacía el leproso luego de su purificación a la congregación de los santos, pues ha sido perdonado.

Esto solamente se logra bajo el perdón de Dios en Cristo Jesús y la confesión del pecado. Y Dios lo otorga, pues es fiel a lo que prometió y justo para con Cristo, que pagó por nuestros pecados. (1 Juan 1:9)


Pensamientos para reflexionar

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