EL PECADO COMO BARRERA EN EL CREYENTE

“Él mira sobre los hombres; y al que dijere: Pequé, y pervertí lo recto, Y no me ha aprovechado, Dios redimirá su alma” (Job 33:27,28)

“Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17)

Porque “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9)


Algunos piensan que el pecado es una barrera que existe solo para aquellos que no aceptaron a Cristo como su Salvador personal, mientras que los salvos por gracia, tienen una comunión inalterable. Este pensamiento no es del todo justo. El pecado siempre obstaculiza nuestra relación con Dios. Obviamente, existe una diferencia fundamental entre una clase de personas y otra, pero, si pensamos en la comunión que gozamos con Dios nuestro Padre, inmediatamente nos damos cuenta que cuando un creyente peca corta la comunión con su Dios y el pecado cometido se levanta como una barrera impidiéndolo el gozo de esa relación. Siempre, el pecado no confesado, nos impide gozar de los privilegios en comunión con el Padre.

Ahora bien, hablamos para el creyente de pecado no confesado. Porque cuando un hijo de Dios, cualquiera haya sido el pecado que haya cometido, se arrepiente de corazón y confiesa ante Dios su pecado, es perdonado y Dios lo restaura a su comunión. (1 Juan 1:9)

Quizás haya cosas que tenga que padecer como consecuencia de sus pecados, porque dentro de lo que es el gobierno de Dios, no puede evitar cosechar algunos frutos que le traerán el recuerdo de sus desvaríos, pero esto, no con relación a Dios y su comunión, ni a su comunión con los hermanos y las cosas santas, porque ante Dios ha sido perdonado y restaurada su comunión. 


Pensamientos para reflexionar

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