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“Y de los hijos de los sacerdotes: los hijos de Habaía, los hijos de Cos, los hijos de Barzilai, el cual tomó mujer de las hijas de Barzilai galaadita, y fue llamado por el nombre de ellas. Estos buscaron su registro de genealogías, y no fue hallado; y fueron excluidos del sacerdocio, y el gobernador les dijo que no comiesen de las cosas más santas, hasta que hubiese sacerdote para consultar con Urim y Tumim” ( Esdras 2:61-63)
En el Antiguo Testamento, el sacerdocio no era un privilegio común a todos los que formaban el pueblo de Dios. La casa sacerdotal provenía de la tribu de Leví, de la familia de Aarón. Samuel por ejemplo era de la tribu de Efraín. David, como nuestro Señor eran de la tribu de Judá, por lo cual no eran sacerdotes. (Hebreos 7:14)
Nosotros, hoy tenemos un privilegio especial, porque todos los hijos de Dios formamos una casa sacerdotal, un sacerdocio santo. Esto lo dice Pedro muy claramente (Véase 1 Pedro 2:5 y 9)
De todos modos, tenemos hermosas enseñanzas en figuras y aplicaciones en el sacerdocio antiguo para nosotros. En tiempo de Esdras, a pesar de ser pocos en número, cada sacerdote debía probar que verdaderamente lo era, mostrando su genealogía. Si podía probar que era verdaderamente un hijo de Levi descendiente de Aarón gozaba entonces de todos los privilegios. Entre los que subieron a Jerusalén se encontraron muchos que estaban en una situación confusa, y fueron excluidos del sacerdocio (Esdras 2:62)
Allí tenemos una gran enseñanza. Hoy, como dijimos todos somos sacerdotes, pero cada creyente debe mostrar su genealogía, es decir, si verdaderamente es un hijo de Dios. Si esto se comprueba y no hay dudas al respecto, entonces sí puede participar de las cosas santas y oficiar libremente, de otra manera no. Tendrá que esperar hasta que esto se vea claramente.
Pensamientos para reflexionar
