
“El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14)
El hombre, poseedor de una naturaleza pecaminosa que lo induce al mal, es esclavo de su albedrío. Si fuera dejado a su arbitrio, se hundiría cada vez más en el mal, porque él hace siempre lo que quiere, pero dominado por el pecado que mora en él (Romanos 7:15 al 20)
La Biblia declara: “No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios” (Romanos 3:10,11) Y si Dios no interviniese por medio del Espíritu y la Palabra, nadie sería salvo.
Quien no tiene a Dios, decide mal, y trata de hacer lo que lo complace, buscando el bien en el placer, y no el placer en el bien. Esa triste realidad no la puede cambiar la religión, ni nada que no sea directamente el trabajo de Dios en él.
Obviamente, la crianza cristiana y las enseñanzas bíblicas, obran como un muro de contención, pero, si no producen un nuevo nacimiento, ante las decisiones cruciales de la vida, las personas deciden bajo la influencia de la carne.
Es algo maravilloso ver como Dios actúa en el hombre, vivificando sus sentidos dañados por el pecado, para que vea y sienta lo que debe sentir, responda al llamado de salvación, y viva para la gloria de Dios.
Solamente quien tiene a Cristo, tiene una nueva naturaleza que le hace buscar el bien y repudiar el mal.
Pensamientos para reflexionar