EL HACER TU VOLUNTAD DIOS MIO, ME HA AGRADADO

“Todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos… (Efesios 2:3)

“Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento… para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios” (1 Pedro 4:1-2)


El hombre encuentra siempre tropiezos frente a la voluntad de Dios. El primer pecado que cometió fue el de desobediencia a esa voluntad manifiesta en la prohibición de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. De allí en más, herido e infectado por el pecado, no hizo otra cosa sino precipitarse en el mal haciendo su voluntad propia.

El Señor Jesús fue el único hombre que siempre resplandecía como obediente a la voluntad del Padre en todo. De él está escrito: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” (Salmo 40:8)

El hombre camina tras los deseos de su corazón, “un corazón engañoso y perverso” (Jeremías 17:9) haciendo su voluntad por encima de todo. Y aunque se engañe pensando que no está mal lo que desea hacer, va tras su propia voluntad, pensando en Dios únicamente como para que apruebe las decisiones que ya tomó.  Y cuando las cosas no salen como deseaba, recién menciona la voluntad de Dios, pero equivocadamente, en frases como: < ¡Y bueno que podemos hacer! Debemos sujetarnos a la voluntad de Dios… > Tomando la voluntad de Dios como algo negativo a lo cual se debe resignar.

Un cristiano fiel, por el contrario, se goza en la voluntad en Dios sabiendo que no hay nada mejor que esa voluntad divina que siempre es “buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:2)


Pensamientos para reflexionar

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