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“Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:19-23)
Pablo describe las obras de la carne contrastándolas con el fruto del Espíritu, y termina diciéndonos que contra tales cosas no hay ley.
No hay ley, pues la ley que se opone y condena las obras de la carne. no tiene nada que condenar o evidenciar como malo en el fruto del Espíritu; sino, por el contrario, reconoce como bueno ese fruto maravilloso que ella no puede producir.
El fruto del Espíritu tiene nueve virtudes características, pero no son nueve frutos, sino uno. Este fruto manifiesta la vida de Cristo. Es la reproducción de su vida en el creyente que está unido a Cristo como el pámpano a la vid (Juan 15:5)
Los resultados de ese fruto se manifiestan primeramente para con Dios. El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz… Amor que es su esencia. Gozo que caracteriza el reino de Dios, y paz, como resultado de la justificación por la fe (1 Juan 4:8, Romanos 14:17 y Romanos 5:1)
Así como las primeras tres virtudes se manifiestan primeramente para con Dios, las cinco siguientes, se manifiestan para con los demás: Paciencia, benignidad, bondad y fe, o fidelidad es lo que mostró Jesús hacia sus semejantes y ahora manifiestan los suyos. Y, por último, templanza, traducida también como dominio propio, que es una manifestación en nosotros, ya que es la virtud magnífica de tener el gobierno de uno mismo.
Pensamientos para reflexionar
