“Porque si alguno es oidor de la palabra, pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:23-25)
Cuentan que durante el siglo XIX, una tribu africana fue visitada por primera vez por el hombre blanco, los cuales lograron estudiar un poco su forma de vida, alimentación y sacarles fotos. Gracias a la fotografía, se granjearon la buena voluntad de los aldeanos. Al retirarse, uno de los visitantes olvidó un espejo.
Un hombre encontró el espejo y al verse en él exclamó: -Vaya, mi padre se ha sacado una fotografía- y fue y la guardó en su choza.
Su esposa al limpiar la choza encontró el espejo, y al mirarse en el dijo: -No puede ser… ¿Qué hace mi esposo con la foto de esta mujer?… seguro me está engañando. – Al parecer, nadie conocía un espejo, y al verse no se reconocían, sino que pensaban que se trataba de otro.
Esta historia risueña, nos hace pensar en lo que muchas veces sucede cuando estamos frente a la Palabra de Dios. Esa Palabra que es como un espejo. (Santiago 1:23) que nos muestra claramente el estado en el que nos encontramos. Muchos, como los de la historia, ven en la Palabra, algo que les hace pensar en los demás, en lugar de ver la necesidad de su salvación, y dicen: – ¡Qué lindo, se lo llevaré a mi esposa! -Qué justo estuvo esto para fulano o mengano… – En lugar de sentirse identificados reconociendo que es Dios quien les está hablando.
Pensamientos para reflexionar