“Oye, oh Jehová, y ten misericordia de mí; Jehová, sé tú mi ayudador” (Salmos 30:10)
“Sostiene Jehová a todos los que caen, Y levanta a todos los oprimidos” (Salmos 145:14)
“Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová levanta a los caídos” (Salmos 146:8)
La parábola del buen samaritano presenta claramente la condición del hombre perdido.
El hombre asaltado y herido de muerte tendido en el camino, es un fiel reflejo del hombre que ha sido despojado, herido y abandonado por Satanás que es ladrón y homicida desde el principio. (Juan 8:44 y 10:10)
En ese relato aparecen varios personajes. Algunos de ellos, el sacerdote y el levita, manifestaron su impotencia siendo insensibles y pasando de largo, pero otro, un samaritano, una persona no querida por los judíos, tuvo misericordia. Se detuvo, se ocupó de levantar y curar al caído y se hizo cargo plenamente de su situación.
El sacerdote y el levita no eran personas comunes, ellos se ocupaban de las cosas santas. Eran hombres religiosos y reconocidos, pero ineficaces ante aquel que cayó en desgracia.
El Samaritano, nos habla del Señor Jesús, quien fue tratado con desprecio por sus hermanos, quienes incluso le dijeron samaritano (Juan 8:48) pero que obró con misericordia.
El relato nos enseña claramente algo que las personas desconocen u olvidan, y es que cuando hemos descendido, cuando hicimos experiencias lejos de Dios y hemos sido lastimados por el diablo, a tal punto de no poder levantar cabeza; con heridas profundas, difíciles de curar por si solas, necesitamos a Cristo. Ni nuestra fuerza de voluntad, capacidades, ni los líderes religiosos, ni la religión, levantan al caído y lo restablecen, sino solamente Cristo.
Pensamientos para reflexionar