
“¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49:15)
“Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:7,8)
“Dijo Jesús: Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15.13)
Un antiguo tratado evangelístico, contaba la historia del amor de una madre, que un día fue a rogarle al rey por su hijo condenado a muerte.
El rey la escuchó, pero se negó a perdonarlo, diciéndole a la madre que su hijo sería ejecutado a la mañana siguiente; pero que permitía que ella lo viera hasta ese momento, porque no lo ejecutaría hasta que escuchara sonar la campana de la iglesia, dando las seis de la mañana.
La madre se aferró a esas palabras. A la mañana siguiente, el gran campanario de la catedral comenzó con sus movimientos, pero para sorpresa de muchos, la campana no sonaba por más que se veía mover de un lado para otro. El anciano campanero sordo, contó de memoria los movimientos y terminados estos, se retiró. La campana jamás sonó. ¿Qué había sucedido…?
La madre del condenado, se había atado al gran badajo de la campana. Con cada movimiento se golpeaba contra las paredes de la campana atenuando el sonido, y aunque cada golpe quebrara sus huesos, permaneció allí firme para evitar que la campana sonara y que su hijo fuera ejecutado.
Al ver esa proeza de amor, el rey perdonó la vida del reo.
¡Dios bendiga a las madres!
El amor de una madre es maravilloso, pero más aún, lo es el amor de Cristo, que vino desde los cielos para morir por nuestros pecados.
Pensamientos para reflexionar