
“Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán” (Salmos 126:5)
Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. (Eclesiastés 11:1)
Dios, por medio de Salomón, nos da esta recomendación en el libro del Eclesiastés. Para comprender bien la figura empleada, debemos tener presente algo común en aquellos tiempos.
Los egipcios, echaban su semilla en las aguas desbordadas del Nilo. De esa manera, aquella semilla, que representaba “su pan”, era echada sobre las aguas, y cuando las aguas bajaban, la semilla germinaba en el lodo dando una cosecha abundante. A simple vista, echar la semilla en las aguas parecería un desperdicio, sin embargo, el tiempo nos muestra como nada es en vano.
En el lenguaje bíblico, la semilla representa la Palabra de Dios. (Lucas 8:11) y las aguas una figura del mundo en su impiedad; en su constante agitación y turbación. (Isaías 57.20)
Dios nos alienta a sembrar la buena semilla: “Por la mañana siembra tu semilla” (Eclesiastés 11:6) aclarándonos que eso es una bendición. “Dichosos vosotros los que sembráis junto a todas las aguas” (Isaías 33:20)
Los cristianos debemos sembrar la semilla del evangelio en este mundo necesitado y perdido, esperando en el Señor, sabiendo que su palabra no volverá vacía. (Isaías 55:11)
Los esfuerzos hechos para transmitir el evangelio y sobre todo, las oraciones, no son en vano. Podrán pasar muchos días, pero, finalmente, se verá el fruto.
Pensamientos para reflexionar