“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles…” (Hechos 2:41,42)
“Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!” (2 Juan 1:9,10)
Todo estudiante de la Biblia, <y cada creyente es un estudiante de la Biblia>, debe saber, que hay “una fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas1:3) Esa fe, es lo que creemos los hijos de Dios. El conjunto de la doctrina cristiana que nos fue dada por Dios una vez para siempre. No nos fue dada en parte y completada en el tiempo; ni cambia adaptándose a las costumbres que van adoptando los hombres, sino que permanece para siempre, y que debemos guardar, aunque pasen los años.
Esas enseñanzas, son llamadas: doctrinas. Por eso, cuando se nos habla de sana doctrina, Dios, se refiere a la sana enseñanza que tenemos en las Escrituras, y no solamente a los puntos que a un determinado grupo de creyentes considera importantes.
Entre esas verdades, hay doctrinas fundamentales y doctrinas generales. Toda doctrina dada por Dios es importante, y no se puede desestimar nada de lo que está escrito en la Biblia. Solo que se mencionan así, para diferenciar aquellas que son fundamentales, pues sin ellas no habría salvación, ni conocimiento de Dios, de las demás doctrinas que son generales y que nos dejan una enseñanza que sin duda Dios quiso darnos, pero que, si alguien no llega a conocer ni aceptar, no altera su fe en Jesucristo, la seguridad de su salvación, el conocimiento de Dios, ni la estabilidad de la Iglesia.
Continúa en la parte 2
Pensamientos para reflexionar