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“Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva” (Ezequiel 33.11)
“Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Ezequiel 18:32)
“El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9)
“Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4) Ese es el deseo de Dios, no del hombre. El hombre para que quiera ser salvo, necesita ser trabajado por el Espíritu Santo y convencido por la acción de la Palabra de vida. De lo contrario, aún viviendo agobiado bajo las consecuencias del pecado, permanece inerte, “muerto en pecados” (Efesios 2:5)
Debido a esto, el Espíritu Santo trabaja incansablemente en los corazones y Dios manda que se predique el evangelio a toda criatura. Para que aquellos que están en ese estado de muerte, escuchen la voz del Hijo de Dios y creyendo en él, pasen de la muerte espiritual a la vida eterna.
Cuando la Biblia habla de muertos en pecados, se sobreentiende que esas personas están muertas para con Dios, y no para un mundo que vive en el pecado. Para el pecado están vivas y aún sin darse cuenta, bien activas en el reino de las tinieblas.
Cada cristiano, redimido por el Señor, debe decirles a las personas a su alrededor que solo hay salvación en Cristo. Debe predicar el evangelio y orar por esas almas, tratando de llevarlas a Cristo utilizando los medios que tenga a mano: Folletos, devocionales, invitaciones a las reuniones etc. Porque de esa manera se sigue llevando a cabo la obra de Dios.
Pensamientos para reflexionar
